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jueves, diciembre 24, 2015

Amado nervio

Amy Winehouse


                           Una estrella brillante en la alborada
                       con un pecio de luna en cada mano
                       y en el alma una inmensa cuchillada.
    
                       Josefa A. Sánchez.




Aquel niño era yo
-siempre rodar con las piedras-;
herido, como caballo de guerra,
como virgen tocada en el mercado.

Aquel refugio tú,
nervio de luz entre mi pena
-la tarde a pleno dios, la calle caudalosa de belleza-,
atento del besar su rama el aire.

Aquella verdad doliente:
la luz moría siempre, niño serio
-llorándose de la noche, huyéndose por sus rejas...
Quedaba el olor adulto, el vasto temblar del tiempo.

Adulto -niño podrido-,
conservo en amor mi nervio,
el mismo nervio amado que aquí muestro.





lunes, diciembre 14, 2015

Lo que guarde la noche



Roger liberando a Angélica.
J. Auguste Dominique Ingres 1819
 

A Óscar Distéfano, que dio vida nueva a este poema

Dispones de un préstamo de horas
para que un cuerpo externo te defina,
se adueñe de tu mano y te conduzca
al límite de ti,
al borde de la piel, para que saltes.

Digamos seiscientas treinta mil
doscientas quince horas, por ejemplo;
un crédito de vida innegociable
penado a consumirse en la trastienda
del mecánico amor que perpetramos
— la inercia que nos une y nos divide.

Es claro que no quieres ser mi perla
y dudas cuando puedes ser mi espina;
si no puedo ser yo quien te defina,
ve
y serás lo que de ti guarde la noche.



https://drive.google.com/file/d/0B5x512be6ynIaWN4NGFhRFBRTjQ/view?usp=sharing
 
 


viernes, octubre 23, 2015

Gestión

Antonio López. Los amantes

En Madrid, las tardes de calor,
se venden más los cuerpos que en invierno.

La calle es un erial de sueños agostados
y breve negociar, y rutinario.

El umbral de las columnas alienta un devaneo
susurrado y moroso, exento de requiebro.

Los plátanos consienten centenarios
el fácil deambular, el mundo raro...

Enrarecidos frescores de portales:
las palmas de las manos os desean -¿por qué suda el dinero?

Hálitos de brisa saturada
acarician cortinas de lino en las estancias,
lo tórrido desnudo entre luz hilo que pugna las persianas.

Resuellan voces ocres, pasos sordos, exhalan ascensores,
patios tragaluces digieren horas torpes.

La muerte del extático calambre
desata el verbo fácil -¿por qué la vida urge?

Pasar del desamor al desamor: gestión de nada.

https://drive.google.com/open?id=0B5x512be6ynIT1g2WkJmSU9ZY0E

viernes, octubre 16, 2015

Tu voz será semilla


a Julio González Alonso, con afecto

Siempre filtras la grana de la espiga,
el oro de la arena, el insondable
mar del alma, poética impecable
contra el grito, y adorno cuando abriga.

Tu luz espera abierta lo que diga
el alba que se nombre, inefable
vibrar de las palabras es la clave
que impregna de emoción tu voz amiga.

Tu voz. Será semilla para otros,
cosecha de Señor, domar de potros
que crean que la música es un ruido.

Será tu limpio estilo un alimento,
tu agua claridad para el aliento,
tu obra, amigo Julio, mi latido.

domingo, septiembre 20, 2015

Marrakech revisitado




Salías a la noche abiertamente,
al ver de las barandas, al cremoso
umbral de las columnas de poniente,
a cuerpos de ultramar, hachís leñoso.

Novicia del placer, tu carne quieta
dolía de ofrecer vaciamiento,
lampaba el corazón de sed secreta:
ser llena hasta las puertas del aliento.

Tu hogar en tierra extraña un basto lecho.
El ticket a tu alma un duro pecho.
El fuel de tu aventura la grandeza

de llegar al final, a un indudable
olvido de ti misma en tu proeza:
mesar la permanente a lo mudable.


martes, junio 23, 2015

Palabra boqueando


Era levada hacia la voz desde lo hondo
tras un moroso vértigo de error y probatura,
en una reluctancia de ancla fósil, en una
fundición de engranajes agonistas.

Era su tracto lóbrego y salvaje, palpitante como fósforo abrasado,
torcía su semántica un pasado de veces enfangadas,
legraba cualquier simple fonación el simple esfuerzo.

Era su tensa inanición realimentada
en un bucle cerrado de problemas
--volver a desunir, a desguazar la boca toda
era volver a derrotar hacia la sombra.

Era su eco último lo mismo que salir a una albufera:
quebrar el remo inhábil en la roca
y dejarse mecer por el agua y la luz en sus cabriolas.

Allí quedaba exhausta la palabra,
boqueando.


jueves, junio 11, 2015

Pobre cuerpo



De todas maneras, pobre cuerpo...
por ti, codicia, alma, lo que seas: afán nocturnal de maltratarlo.
La cuota de fruición ya goteando, pobre cuerpo, y sigues, ¡por tu alma!, borriquillo
desvainado de trotar con otros cuerpos.

Pobre cuerpo: apenas una brizna de claror moja  la estancia
¡allá se van tus ojos a horadarla!,
a clavar sus agujas en tu sien emborrachada por el alma,
a dejarse abonar en el dolor, ¡y cómo duelen!
los cartílagos de estar siempre acechantes,
los cinturones de grasa fermentados, las hueseras
cariadas de etanol  y decepciones.

Pobre cuerpo, error de la inexistencia;
trasiegas corazón sin esperanza y basta un buche
de belleza casual para que rompa a hervir toda tu savia. Basta el sueño
de dar paso a un eternal tu sacrificio
para que duermas tranquilo como un niño.

De todas maneras, pobre…
pobre cuerpo.



sábado, abril 25, 2015

Especulación moral sobre la batalla de Covadonga



Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y como a Dios no le hacen falta lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien quiere, los caldeos emprendieron la fuga...


Crónica de Abelda


…no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo

«Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?».


Crónica de Al-Maqqari






No es bella la derrota, ni piadosa. 
Perdidos entre el miedo y el cansancio 
trepamos a la cueva tras la lucha, 
apenas diez mujeres, veinte hombres, si así puede llamarse a los vencidos. 

Bramaba en la distancia el verde valle, rebosante de tropas de morisca, 
al menos diez mil hombres, Al Qama a la cabeza 
—que Dios guarde en su odio—, 
agrupándose debajo de la cueva, convencidos 
del fin del reino Astur, sumido en treinta vidas lastimosas 
y una que juzgaban alimaña sobre todas: Pelayo, nuestro rey, 
nuestro caudillo: orgullo sobre orgullo sobre orgullo, 
creyendo que el orgullo sin prudencia forjaba los Arturos. 

Oramos a las brasas nuestros ruegos 
abrazando la cruz que nos quedaba, madero humedecido y macilento, 
encomendándonos a aquel que hizo lo mismo 
en soledad. 
Pelayo, pensativo, recorría la cueva sin descanso, 
acaso escudriñando la forma más señora 
de dar por terminada su vida y su reinado. De repente, 
por un hueco inaudito entre la roca, 
penetró un haz de luz iridiscente 
y fue a clavarse en él, en su pechera. Mudó paralizado y sin aliento. 

Levantamos la vista de los rezos, extrañados, 
y le vimos asentir transfigurado, como un santo; 
se despojó de sus armas y ropajes, sin dar explicación ni pausa alguna, 
conservando la corona en su cabeza, tal hábito de rey bastase al hombre. 
Con una seriedad inopinada,  cargó con la cruz su lomo desnudo, 
dobló su robustez al basto suelo, se puso a cuatro patas 
y comenzó a gatear hacia la puerta. 

Nos miramos los unos a los otros, atónitos de aquel comportamiento 
más propio de bufón que de monarca, 
más propio de comedia que de drama. 
Asomando la corona de la cueva, 
oímos tensar la arquería bereber, el hierro desvainarse 
ávido de carne bautizada. 
Salió nuestro señor a cuatro patas, desnudo como Adán, cabeza gacha, 
ensayando un rebuzno prolongado, como un asno, 
bufando y resoplando, la mirada vacía de la bestia. 
Sin duda la razón le había abandonado en aquel trance. 

La ráfaga de Alá quedó desconcertada. 
Un silencio inmóvil cubrió toda la escena, coloreado tan solo del rebuzno, 
grotesco retorcer de la quijada, torpes movimientos de rodilla ensangrentada. 

Sabido es el infiel de risa fácil; 
el crujir de cuerdas tensadas de los arcos 
quedó sustituido por grandes carcajadas. 
—¿Habéis visto a su rey? — reían todos— ¿Y cómo gruñirán los de calaña? 
Pelayo insistía en sus rebuznos, ahora con un ritmo, 
que pronto corearon con voces y con risas, con golpes chirriantes de escudo contra espada. 
Agachando su cabeza, el rey mordió la hierba, 
al tiempo que caía su corona monte abajo; 
alzó la dentadura negra en barro, con un nuevo rebuzno, 
redoblando las risas monstruosas. 
Volvió hacia ellos sus reales posaderas, en un tal movimiento, 
que su lomo torcido bruscamente llevó la cruz al suelo, 
para enorme regocijo de los otros, cuyo estrépito llenaba el valle entero. 


El eco trepó por la pared de roca vertical, enfrente de la cueva 
y el vibrar quebró su místico equilibrio. 
Oímos un crujido mineral 
y un reguero de piedras deslizándose hacia el río. 
Siguió un estruendo de bloques portentosos 
cayendo sobre el ejército de Al Qama, 
cortando la salida vista al valle, en una ratonera de lamentos 
sobre la que se debatió la furia de la piedra 
al menos lo que dura un padrenuestro. 

Después, un silencio prodigioso. 

Pelayo entró en la cueva a cuatro patas, sin ropas ni corona, 
sin cruz y sin orgullo, como había desembocado en este mundo. 
—Os aseguro— dijo, irguiéndose del suelo— que oiréis vivir a vuestro rey cuando esté muerto. 
Y siguió para orar solo y desnudo al fondo de la cueva. 

lunes, abril 06, 2015

Amor de eunuco

Piscina en el harén.  Jean-Léon Gérôme, 1876



Primer olor a pino en el terrario,
¿me guardas el secreto? que no vengan
doctores a opinarlo.

Se han ido ya dos cosechas del jardín sin que tu mano
aliente la raíz, cubra el esqueje, domestique
el ansia de luz de la hiedra en la baranda.

Germán el aparcero abre la siega;
se acerca con un nido despeinado,
un huevo verdeazul entre las manos:
de torda, me dice, ya es el tiempo --su iris sonriente
aguza luego serio contra el viento, calibrando
la bóveda en arrullo del pinar detrás del río.

Nunca el crujido de pasos tempranos del camino
procura tu pie ahora, sino aquellas
yeguas aurorales
que entonces respiraban de tu tacto
y hoy resoplan minuciosas la niebla y la cancela
--sus lomos humeando al primer sol de noche muerta.

Tu leyenda se desliza al mentidero, cada palabra de ella,
cada idea me urge asentimiento, y ya no puedo
fingir que no es castrante
lidiar con soledad en primavera.

El ansia de luz de la hiedra en la baranda.
La bóveda en arrullo del pinar detrás del río.
Los lomos de las yeguas humeando al primer sol de noche muerta.
Y este amor de eunuco, esta batalla.


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