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sábado, diciembre 14, 2013

La muerte te miraba todo el tiempo

 
 
La muerte te miraba todo el tiempo.
Tú eras su gran obra, racimo madurando,  
cosecha que segar llegado el día. 

Juntos ascendimos la colina;
                                              ella miraba
el agua de tus ojos posada en las columnas
de humo de los barrios sobre el valle,
tu cuello prenatal, pulsante y vivo... 


Inmensa, solitaria, cansada,  
en sombra de poder, ella miraba
como madre: sonrisa hasta llorar y tierno orgullo
bruñendo cada célula de tu cara con arrobo. 


Tus risas en la playa las oía
                                             de repente,
en medio de su
noche espaciosa de labor,
y volvía los viejos ojos blancos, como ciega,
abriendo la mandíbula de arrugas al oscuro,
cifrando cada timbre de tu voz,
el lácteo aletear de tus costillas. 


Pura, eterna, inamada, absorta en vastedad,
                                                                      ella miraba
                                                                                         como madre
tu bata de hospital, doblada y limpia,
la mota de polvo flotar sobre tu hombro en la ventana,
la gota detenida entre la luz, temblante y fría.


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