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lunes, diciembre 31, 2012

Especulación moral sobre el Éxodo


         La décima plaga de Egipto
W. Turner
Era tarde mecida y polvorienta
y había que apurar. Ya el dios pagano
doraba la calígine del Nilo;
vacías las marismas ya de salmos,
volvían segadores y canteros en un torvo silencio,
con gesto demacrado,
alzando la mirada a su profeta orante en la colina,
dudando si pulir ya sus aperos
o rendir su noble tradición al blando olvido.

Matamos los corderos
sin gritos ni trabajo;
brotó sangre grosera y desganada,
con un color oscuro y desvaído
y extraño su sabor a piel de niño.
Quisimos de la ciencia del profeta
por dar un veredicto a aquel prodigio:
hierático bajó de la eminencia, absorto en su divino
algoritmo de hombres y de muertos,
apenas concediéndonos un ojo
brutal y decidido, al borde de lo humano.
Cerró su puerta en seco.

Untamos los dinteles y los postes,
temblando los hisopos en las manos.
Una brisa nacida del desierto crecía y se encrespaba
y sentimos el frío de Su amor,
la amarga sumisión de ser cautivos
de unos y del Otro.
Trancamos los umbrales y postigos
y oramos a las brasas nuestros ruegos
abrazando los ojos de los hijos,
temerosos nosotros los primeros
del ángel que vendría a liberarnos
-terrible igualador: lo mismo al Faraón que a la serpiente.


Fue mañana de luz intransigente
hiriendo nuestro sueño breve y negro;
salimos animales de las chozas,
nerviosos y cansados, a lo lejos
los primeros lamentos de las madres
ahogaban la ciudad,
ahogaron así mismo nuestros cuellos.

Emprendimos camino avergonzados,
en busca de otra tierra, de más libre alianza
que no nos obligara a ser eternos.

viernes, noviembre 16, 2012

El gusano de la duda


Después de haber sabido y transitado
caminos de rencor y anomalía
-como horada el arroyo sin cuidado
cuando rinde el invierno su sangría-,

después de haber amado y, en la noche,
haber yacido en tálamo caliente
-así con pluma tierna el alimoche
gobierna el nido íntimo y latente-,

después del deshonor y el desacato,
del miedo y del valor, la pena oscura
y el ancho amanecer -dulce proeza-,

tendrás que digerir un frío dato:
sólo queda el gusano de la duda,
el manso envejecer de la certeza.

lunes, noviembre 12, 2012

Un nombre distinto





                                 desleírse en unitaria lluvia
                                                       Ramón Ataz


Por razones que no vienen a cuento
usé un nombre distinto por un tiempo.


Amé con ese nombre,
adaptando el amar a sus contornos
viriles y cremosos.
Saciaba mis sentidos el oírlo traído de un gemido,
o bien en un sencillo razonar que no recuerdo.

Algunos adjetivos encajaron
mejor en ese nombre que en el mío
y otros desleían su color, caían a la lluvia
las columnas hastiadas de la farsa.


Ajeno a la ciudad me desnudaba
vestido de ese nombre, extraño de mí mismo.
Una voz de la calle lo nombraba
-abierto ventanal, bochorno tormentoso de la tarde-
y yo lo capturaba,
y ya no respondía de mi vida,
de todo aquel tinglado pegajoso.

Aquel nombre murió
incapaz de designar un cuerpo tardo,
cansado de luchar contra la inercia,
arrumbado al archivo de las sombras.

Por razones que no vienen a cuento
usé un nombre distinto por un tiempo.

sábado, octubre 13, 2012

Palabras hechas carne



 
Escucha, por favor.
Ya sé que cae la noche y tienes prisa;
ya sé que alguien te espera, de ti necesitando
que asientas sus heridas
y pueda acurrucarse entre su llanto.

Ya sé que estás cansado.

Que añoras tu niñez de pulmón rosa
y pinos de verano;
que vuelves cada tarde del trabajo
rumiando hipocondría, tentándote los bultos
que trepan al cubil de tus manías
disueltos en tranxilium y tabaco.

Pero ahora estás aquí, y es poco lo que tengo que decirte.

Escucha, por favor; no frunzas los prejuicios,
no busques solución a la empatía
en otras referencias parecidas que guardes de los años.
¡Tan sólo son palabras! Qué importa quién las diga
ni cómo las pronuncie,
si sólo somos eso: palabras hechas carne
y carne hecha palabras.

Escucha lo que tengo que decirte:
que no quemen tu carne,
que luches por el jugo de tu carne.

martes, julio 03, 2012

Fervor de Agrigento




Tu amor no vale nada.
Si muere, seguirá soleada la ciudad,
los cuerpos por la calle, los mercados
vibrantes del placer de lo posible;
la noche detenida en los portales.

Serán altos los cerros, como siempre,
lejanos los caballos,
sudarán mediodías las arcadas
como antes tú sudabas
la tarde derramándote en un vientre.

Dirás no vale nada
y seguirán los templos ofreciendo
la misma cella umbría,
la antigua proporción de mar distante
en hechos de los hombres,
el deseo moral de raciocinio,
el sueño del saber que explique todo.

Seguirán traficando las esquinas
mujeres de Catania,
muchachos bronceados como fieras
propensos a la risa y al comercio
y dirás no valió nada...

Así que podrás irte,
subir al primer barco en Porto Empédocle,
volver a la ataraxia mientras miras
las ruinas de ti mismo en la distancia.


miércoles, mayo 02, 2012

La casa de verano en primavera


La casa de verano en primavera.
El cielo laminado en cirrostratos.
Viento fresco gaviando la bandera, el mar esmerilado.
Las dunas ríen verdes. Tal vez vengas.

El ferry de Nador emboca el puerto
perdido de gaviotas; solías envolverlo
en una lejanía de ojos quietos,
en un amor de viajes
que abría tu apetito de sentencias.
Vivir ya es suficiente, me decías,
y yo no te escuchaba. Tal vez vengas.

Mañana encalaré.
Hender los imbornales del invierno, podar la buganvilla,
sanear las memorias del terrado,
saludar al butano y al pescado
-la dorada más fresca de la Historia.
Recoger el buzón. Tal vez no vengas.

El bar de la caleta quema incienso
haciéndose a la noche; solías adornarlo
con una poesía de trinchera,
con un temblar de labios
perlados de calimas del ocaso.
Mañana ya es bastante, musitabas,
y yo no me enteraba. Tal vez vengas.

Mañana venderé
la casa de verano en primavera
y así no habrá razón para que vengas.

Pasaste en bicicleta


Pasaste en bicicleta.
Tu cuerpo de masái joven y tenso
y olor a junio entrado,
talando lentamente de mi aliento
pedazos de pulsión, latidos de cordero.

Candiles de la feria doraban a tu paso
sillín nube de azúcar, mechones almendrados,
nudillos del envés del chocolate,
pantorrillas de tarde anaranjada.

Tu amiga te llamaba por tu nombre
jugando a ser tu ama
y abriste tu sonrisa de ojos chinos
y hoyuelos asturianos.
Y la noria giraba en la fritanga de churros con piñatas y la tómbola
bramaba su numérico alboroto y la rumba rondaba la costura
dorsal de tu cintura.

Después vino el amor a estropearlo
y nada fue ya igual que aquel verano.




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