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viernes, febrero 22, 2008

Homenaje al pintor Joaquín Sorolla


Y a la playa volviste
y con tu mano abriste la espita
la espita de la luz y devolviste
la misma luz en lienzo inscrita.

El misterio de muchachas con sombrilla,
la barra de arena veteada por levante,
los niños desnudos como fieras de la orilla
del mismo malvarrosa mar constante.

¡Y volviste a la fruta y a la fiesta!
Recorriste la ciudad y la albufera.
Trazo valiente, mirada enhiesta,
para enjaular los juncos de luz por tu tronera.

Descansa tranquilo en la guarida
pintor: con tal reserva de luz prisionera
sobra munición para otra vida.


El sacrificio de Obi-Wan


Pocos hombres bajo el cielo.
Cada uno su deseo.
Y en el cielo solo guerra, solo duelo.

Obi-Wan navega las galaxias
en ruta por el límite exterior,
sobrevuela el planeta que dio vida
a la antigua raza humana en extinción.

Es la tierra, destinada a la debacle,
su estrella en perfecta decadencia
(el Imperio ha reducido su presencia
a menos de mil droides de combate.)

El radar registra algunos salmos
quebrados, una antigua religión.
Los pocos que quedan se preparan
al olvido, el frío calmo.

La cabina es caliente y confortable
R2 corrige trayectoria
Obi-Wan entrega su memoria
a un momento de nostalgia inabarcable.

Porque Obi-Wan está cansado de sí mismo,
de ser un caballero triste y serio,
la abstinencia sexual y alimentaria
(no importa de que universo seas, eso duele.)

Nunca sus méritos tendrán su justo juicio.
Los amigos, la República (pesadas cargas)
esperan de Kenobi el sacrificio:
el exilio en un planeta duro y seco,

la tutela de un mesías heredero,
el último jedi alambicado,
la última esperanza de los libres,
que acuna el robot-nodriza articulado.

(Curiosa República que instaura
el derecho anacrónico de estirpe.
¿Más justo será el Imperio, retrógrado y tirano,
que premia en función del mérito al villano?)

Obi-Wan sacude su conciencia
y la nave va, levanta el vuelo,
atrás quede la tierra y adelante
la voluntad: lo mismo que la inercia.

Sea, pues, aceptado el sacrificio
y el sabor a Gloria inconquistada
para décadas de oprobio y de silencio.
Y es que hay días que la fuerza no acompaña.

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