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jueves, noviembre 28, 2019

Las caravanas de la seda

 


Juliette Binoche, en El Paciente Inglés
 
                                                                   


Duérmete ya, las horas de la noche
avanzan largas en su atmósfera de establo. Tú no puedes
cambiar solo la mecánica del mundo, el insaciable
afán por el desierto de la vida. Ni lo sueñes.
 
Ahora duerme dócil y descansa, deja
de escrutar ojos vacíos en las sombras. Tú
has frotado ya tu lámpara, has segado los campos de lavanda,
has unido heridas varias con púas ácidas de fuego,
derramado calor y dignidad sobre tus hijos, has
honrado los códigos del hombre. Ya descansa.
 
Y sí, recuerda los días de oasis y de fiesta,
las noches distintas —azules de dátiles y estrellas—,
cuando brillaban las bailarinas en las jaimas
y decidías tu ruta libremente, fiándote del mapa.
 
Pero ahora duerme solo, ya mañana
volverán las caravanas de la seda con el agua.

miércoles, septiembre 25, 2019

Enfría el cráter

Jennifer Aniston en FRIENDS


Audio




En ti ardían venenos arteriales, odio líquido,
como cráter lavando tierras vírgenes.
Aducías volcánicas razones para ello: cicatrices
tras un seísmo de turbia adolescencia.
Latían tus sienes en la paz con injusticia, tus pétreos
maxilares quebrantaban los debates ideológicos.
Cataclismo coherente, pregonabas, y tu vértice
giraba en torno a putas y sustancias indolentes.
Y se fueron desplegando años como nubes:
absortos y fríos, livianos de sentido, trasparentes, y llovió
una calma fina y persistente —esperma de dócil erupción,
matrimonio, hijos sanos, sillón de funcionario de partido—,
secando tu dorada lava en convenciones.
En el borde del cráter frío de tu vida nació entonces
una hebra simple y vegetal, verde y brillante.




domingo, septiembre 15, 2019

Tus labios y la roca




a la memoria de Blanca Fdez. Ochoa


Roca: lava que labró su ascenso a un imposible
cielo, allá cuando las eras del génesis sin guía.
Craqueada, endurecida después entre lenguas de glaciares,
olvidada por milenios del beso de la vida
en un pinar baldío de alta sierra,
acunada por las brisas de luna de los veranos de tu infancia.


¿Y tus labios? Olvidados del tacto de la suerte
y la memoria de ameba del Estado —puto padre—;
continuamente alerta en la pureza del litio
y en el potro de rabia de la fama.


Besaste la roca y en ella descansó, por fin, tu espalda.
Con ella se fundió tu alma blanca.



sábado, agosto 24, 2019

Enrique Urquijo, una sentencia

https://www.youtube.com/watch?v=pNiERPFlTBs




I
Una diagonal de farolas amarillas zigzaguea.
Una papelina yace hollada sobre la calle polvorienta.
Tibias columnas resguardan una sombra marfileña.
Manos temblorosas, palabras graves: la sentencia.


II
Un parque dormita, inhabitado; un estanque
arrulla palomas oníricas, cisnes atenazados de belleza.
Te inyectas amor, te llama el agua
con sus brillos caleidoscópicos, helados:
entra y muere,
o vive padre y noble, en tu vacío lleno de tristeza.


III
Muchedumbres de rasgos polimórficos inundan las aceras.
Mil voces diferentes, mil bares de copas, mil embustes,
y sólo libre un portal para nacer,
y un dorso de neón desvelando intermitente
tu sentencia.

lunes, junio 24, 2019

Un esplín de verano



Recorríamos el pantalán cada mañana.
El agua gorjeaba la madera con brillos de sol, manchas de aceite.
Las muchachas lucían frescas y animosas; cuchicheos
sofocados en la brisa de poniente. Cuerpos tersos
al límite de la edad de la inocencia.
Éramos jóvenes: muy serio yo, ella risueña.


Olía a junio entrado. Se estiraba al cazar la botavara,
muy cerca, rozando con su ropa pequeña el universo:
pantalón de blanco corto, apenas una lámina de harina,
blusa de rayas marineras, esculpida por la humedad en el ombligo,
su limpia coleta acastañada, henchida de viento y de salitre.
Aquella dolorosa erección me extenuaba.


Fondeábamos en la Isleta del Fragor para bañarnos;
había una playa limpísima, dorada, las muchachas se quedaban en biquini
—ajustaban las costuras premiosa, ingenuamente,
después de desplumarse las prendas superiores—
y se lanzaban por la borda brillantes como peces, entre risas. Yo esperaba
porque nadie notara mi turgencia; oscuro me alejaba
nadando hasta una cala en sombra y, al hacer pie,
por fin aliviaba un placer doloroso bajo el agua,
oyendo su voz alegre en la distancia.


Esplín de verano: la memoria remota sigue útil
para los días vividos de verdad, pero no pienses
tendría que haber hecho esto o lo otro…
Queda menos: recuerda sólo el brillo, y vive ahora.

domingo, junio 23, 2019

Oscuro

https://www.youtube.com/watch?v=1T1VwDQlvd4
Fangoria


Oscuro: socavas los puentes que hacen río
y añoras en soberbia la otra orilla. Viertes
ponzoña gris en los acuíferos del alma. Solo,
bebes miedo con furor. Eso es muy fácil.


No hay mérito: demandas salvación
al numen-privilegio que proyectas con tu fuego,
y odias su cavernosa indiferencia. Tú no crees
en nada, salvo en la negra ensoñación devastadora
y en lágrimas reptiles. Y lloras porque es cómodo.


Juzgas y condenas desde tu cáustica atalaya,
pero tus hechos, tus facciones, son de hiena resentida. Exiges
rectitud en la senda de labor de los demás,
pero excavas trampas de emoción alrededor de tu desidia.
Manipulas a los sanos porque es fácil.


Oscuro: tu vida está podrida por tu culpa, sólo
puede saciarte la demencia.


viernes, mayo 31, 2019

Invitación al Jardín de los Reyes

Alfonso I, Favila y Pelayo, en el Jardín de los Reyes Caudillos, Oviedo




Penetrarás el jardín de los reyes, ciudadano,
cubierto por la sombra córvida del templo. 
                                                           Todo allí es 
humedad fría, excremento de paloma,
piedra calando, acuchillada por hoces de posguerra.


Los caudillos te examinarán 
como lápidas ciegas en la niebla,
dirimiendo en sus bocas harinosas hollín de combustible.
Oirás, según vibre tu alma, ciudadano,
los ecos de una absurda leyenda sobre nada:
una monarquía pueblerina y olvidada; o bien 
una sorda condensación de tu linaje:
el origen de una patria maltrecha y vigorosa.


Verás, según vibre tu alma 
—cuando la tarde despliegue su capricho por los muros,
y una luz de polvo y mandarina delimite 
proporciones cambiantes de los miembros—,
estatuaria de senado latino, o bien tiránica, 
solemne como muerto recental, o cómica amenaza,
que mueve a sorna, o bien alumbra trascendencia. 


Según te vibre el alma, ciudadano:
jardín de reyes o circo republicano. 
                                                  Es 
                                                  igual.


viernes, mayo 24, 2019

Nordés













Nordés: la playa consiente y rememora.
Basta un jirón de nube blanca en la distancia,
basta el mullir de arena fría bajo lámina salada
y el trizar sordo y cremoso de las olas
para darte vida nueva, clave y patria.


No es sólo nuestro nombre para el viento, es
también un nombre nuestro para el alma.


Nordés: el sol como la seda en las banderas.
Basta que conectes tus entrañas al salitre de la barca,
basta entregar tu cuerpo antiguo al verde atlántico del agua
y al rumor de roca fresca de la brisa
para darte infancia nueva, luz y madre.


No es sólo un nombre nuestro para el viento, es
también nuestro nombre para el alma.






sábado, mayo 18, 2019

Acaricias lo justo y necesario







Asciendes al desván de la heredad, el tiempo cruje.
Voraces de memoria, violentan tu mirada
fotografías azules de posguerra: ya están muertos
los que sonríen desde el pueblo de tu infancia.


Acaricias el polvo de las caras, los nombres
menudos de los niños, trazados a pluma estilográfica.
Acaricias la fuente de la plaza, la nieve gris, el río, lees
el año detenido en las solapas.


Otras serán de junio: acaricias
los carros de hierba adormilados,
la tarde laboriosa, el olor a sol picante de la siega,
el castaño legendario, las costillas parsimoniosas de los bueyes.
Allá, entregada al viento, acaricias la pared solemne, el cementerio.


Y más lejos, cerrando la puerta de la iglesia, don Aurelio,
subido en su mueca de amargura, su sotana. Y acaricias
                                                                                  la piel del odio,
fresco como entonces,
y justo y necesario, como entonces.

Esperando al amigo

Black, Wonderful life, 1987






Esperabas al amigo, con tu traje de Batman, sentado a los rumores de la fuente.
Cabezudos y gigantes danzaban en la plaza soleada;
la brisa trasportaba bullicios de la fiesta, umbral de primavera,
olor de algodón de azúcar, palomitas,
el hálito industrial del tragafuegos.


Mirabas serio tu reloj, señor oscuro, y ya tardaba mucho.
Pasaban chicas y cervezas, disfraces y máscaras, risas que se iban alejando.
La vida, tal vez —extraño joker—,
le había destinado, justo entonces, algún tropiezo impredecible.
Quizá hubiera atasco por la feria, o quizá —Dios no lo quiera—,
un siniestro incidente había demorado su existencia.


Pasaron zancudos y payasos, caballeros y damas medievales,
zombis ofuscados entre kétchup y drag queens. Pocahontas y Quevedo.
Tal vez… Un accidente... Pisó sin querer su negra capa… La máscara del héroe le cegaba…
Llamaría pronto el SAMUR… Tu número sería su último contacto.
Pasaban arlequines venecianos, brasileñas en tanga, lord Voldemort, Pikachu,
piratas tuertos y princesas, el profe de Pink Floyd y Maradona.


Pensabas: me llevarán al hospital con estas pintas,
habrá que identificar al pobre Robin, aportar explicaciones:
le esperaba, queríamos desfilar en Carnaval, hablamos por el móvil normalmente…
Los doctores escrutarán mi disfraz de arriba abajo, molestos por lo absurdo,
saturados de comas etílicos y abusos de pastillas,
suspirando impacientes por las dobles jornadas, los recortes…
Pasaron Rihanna y Lady Gaga.
Y luego el tanatorio, la familia. ¿Por fin podré cambiarme?
Qué desgracia… Toda la vida por delante…


Pasaron Thor, Superman y Hulk —la masa—,
y detrás venía Robin, corriendo y resoplando, avergonzado,
una disculpa cubriéndole la máscara.

sábado, mayo 04, 2019

Don Antonio

Gamoneda


Tenía las cejas como eñes arbóreas, y los ojos
como tierra negra abierta por raíces, y la boca
delineada por el frío de la infancia: grande y plana.


Tenía los cabellos acerados, las orejas
cavernas volcánicas nevadas, y las manos
azules y surcadas, como eran las manos de mi abuelo.


No hay que admirar a nadie demasiado…
me dijo sonriendo, con un lento cabeceo de sus párpados.
Su voz sonaba atávica, nudosa,
como el eco mineral del arroyo por la gruta,
o la piedra de un molino grande, vaciado.


Se inclinó para firmar Canción errónea; miré afuera.
Valladolid reventaba de verano y, sin embargo,
mi memoria era invierno de León: balcones fríos
de la guerra. El niño viendo
los hombres encadenados a la vida, que es la muerte,
el alto poemario que fue padre,
la madre como manos en su pelo, su calor.


Sin error posible,
a pesar del título,


—sus letras mordidas y angulosas
como picos de paloma entre las sombras.

Mercader fuera del templo

lames las gárgolas obscenas


Gimes en la penumbra bajo el pórtico y extiendes
tu mano como ausencia gris, a la limosna.
Tu cuerpo desnutrido y viejo tiembla, oscila
en el aroma final de las misas, cuando arrullan
—incienso, sudor, perfume, cera…—
los últimos responsos en las bóvedas.


Mercader de caridad. Fuera del templo
ostentas en tu pecho iconos degradados de vírgenes y santos.
Humillas sonriendo tu boina desahuciada
al paso señorial de los clientes
—las carreras alegres de los niños,
la mudez somnolienta en los ancianos—
detenido en gesto fácil y magnánimo:
tendrás moneda nueva
brillando al sol y al aire primaveral, sobre tu mano.


Mercader de soledad, la plaza se vacía y cae la tarde
y vuelves a dolerte entre periódicos y sacos.
Y bebes, y murmuras blasfemias agriamente,
y conspiras furtivo contra el mundo,
y lames en la piedra
las gárgolas obscenas de las jambas.

sábado, marzo 23, 2019

Gloria y grava

Susanna Hoffs. The Bangles, 1986




Iba por casa lamiendo grietas y desnuda,
temblando su demencia de sombra y de silencio.
Atardecida la ciudad en el balcón, ella salía
a bañar en luz menguante sus ojos esquimales.


Pero el día del orgullo hubo tormenta. Vio
plataformas y plumas empapadas, gloria y grava,
silbatos rezumantes y tambores y truenos implacables,
paraguas arcoíris cubriendo las aceras,
bigotes y músculos de cuero humedecido, tantos sueños
bailando libremente bajo lluvia redentora,
cuerpos y más cuerpos besándose vibrantes
debajo de los pórticos antiguos.


En el balcón, desnuda en senectud, unos minutos,
hasta que Selma la tomó tiernamente por un brazo
y la condujo —mamita, ya está fresco…— al interior.

miércoles, febrero 20, 2019

Destino MAD







Los viajes de negocio te confunden
—el zoco de Estambul, el lago rosa, el café de la oficina en Ipanema…—.
Despiertas, exteriormente a la vida,
con la sien en la ventana de un avión
y ves en la distancia una ciudad de gris desperdigado.



El cielo, reservón, no otorga pistas; el susurro
robótico del inglés de la azafata
resulta como el zumo de naranja: indetectable.
Problemas de jet lag o sueños rotos,
la cuestión es que no sabes dónde vas.



La tarjeta de embarque salvadora,
asoma entre la red del revistero.
Destino MAD.
Problemas de corazón, de memoria, o de cordura,
la cuestión es que no queda
completamente claro
adónde vas.

sábado, febrero 16, 2019

Ascenso a poética

Rapunzel, fuera de la torre




Has saltado finalmente la baranda.
Delante de ti, se yergue la torre incógnita, fragante.
Descrees del principio de pureza
y prefieres afectar que todo es farsa:
ladeas ―¿hacia quién?― la sonrisa del niño, pero sabes,
de alguna forma intensa, que quieres ascenderla.



Un mundo vertical, un sabor en la boca a enredadera,
se interponen entre el barro y los murmullos
que brotan, dorados, de lo alto
y percibes débilmente, como en sueños.
Intuyes, Romeo desastrado, la piedra lijosa tras el musgo,
los asideros del rosal aun desflorado, bajo púas,
unas uvas dulcísimas y claras que solean la enramada.



Comienza la ascensión, y en medio del esfuerzo has comprendido
que no tienes edad ni aliento para abismos,
que sangran los oídos y las manos,
que abajo espera otro,
más joven y más limpio. Y más dotado.



Y arriba espera ella, vacía de regazo, imaginando
un tallo enhiesto y duro, capaz de penetrarla.

lunes, enero 28, 2019

Alivian las pérdidas











Pecado original, el patriarcado… —decías seria,
serena y orgullosa de tu lógica,
posando tu sociología maquinal en otros viandantes,
como un profeta cósmico, creando su evidencia.


Juntos ascendimos la Gran Vía, yo callaba
y asentía gravemente tus palabras, las que fueran,
suspenso en tu mirada reflectante, que seguía
aleatoria los colores de la calle,
las guirnaldas y christmas que rozaban
la brisa polifónica, el fin aglomerado de la tarde.


Lo nuestro no funciona…— dijiste seria
las últimas sentencias pétreamente,
como esas estatuas de metal que pueblan los tejados
a la espera de un mundo que no llega,
varadas en su sed de perfección,
en la seca rigidez de sus cinturas.


Ya libre de palabras, volví a mí delante de Cibeles.
Llamaban a la vida las banderas.

domingo, enero 06, 2019

Especulación moral sobre el Arca Santa y el Santo Sudario

El Arca Santa y el Santo Sudario, en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo




Entonces llegó también Simón Pedro tras él, entró al sepulcro, y vio las envolturas de lino puestas allí, y el sudario que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con las envolturas de lino, sino enrollado en un lugar aparte.
Juan 20:6

Según la tradición, en los primeros años del cristianismo, se veneraron en Jerusalén una serie de reliquias de Jesús y de Sta. María, entre ellas el Santo Sudario, que los apóstoles habrían guardado en un arca de cedro. Ante la invasión de los Persas, mandados por Cosroes II, en el 614, se hizo necesario ponerlas a salvo. El presbítero Filipo fue el encargado de llevar a Alejandría el arca de las reliquias. El empuje de los persas en África dio lugar a nuevos traslados, y, a través de ellos, terminó llegando a España.
San Isidoro, obispo de Sevilla, consiguió llevar el Arca consigo cuando fue nombrado obispo de Toledo en la primera mitad del siglo VIII; en este momento, se hizo una nueva caja (de roble) que sustituyó a la antigua. Empujada ahora por la invasión musulmana, el Arca fue ocultada durante 80 años en Asturias, en la cueva de Santo Toribio, en el Monsacro. Finalmente, entre el año 812 y 842 fue trasladada hasta Oviedo por Alfonso II El Casto, lugar en el que se custodia desde entonces.

El Santo Sudario de Oviedo
G. MERAS MORENO; J.D. VILLALAIN BLANCO; J. A. SÁNCHEZ; J.M. RODRÍGUEZ ALMENAR

en año 715, Urbano, arzobispo de Toledo, «se retiró a las Asturias y llevó consigo las sagradas reliquias en compañía del infante don Pelayo para que no fueran profanadas».
Manuscrito del Archivo de la Casa de los Tusinos,
según el Diario de León del 23/04/2015







Barro, sudor y lluvia, ascenso al Monte Sacro.
Portábamos un arca de reliquias, pesada como el mundo, pareciera
el peso del Eterno en su grandeza
preñando los objetos que guardaba,
más el peso de la propia humanidad, carente y plañidera.


Urbano fustigaba sin piedad los pobres bueyes,
su yugo no era fácil;
el carro crujía bajo el arca, cabeceaba entre el barro del camino y la tormenta,
arqueándose su eje por la carga, creciente en gravedad
a medida que la cima se acercaba.


Comandaba la escolta el príncipe Pelayo
—vanidad sobre impaciencia sobre orgullo—,
haciéndose notar todo el trayecto —Toledo, Astorga, Oviedo…—,
peleándose con moros y cristianos, cuestionando la sapiencia del obispo
y el ajuar de Cristiandad que trasportábamos, el cual
insistía Pelayo en abrir y revelar sus elementos,
y confiarnos a cada quien uno de ellos,
así la misión cumpliera más ágil y discreta.


Urbano le tildaba a grandes voces de heresiarca,
afirmando que si el Arca Santa fuese abierta
pereceríamos todos al instante,
sumidos en la luz abrasadora del Amor
—fustigaba y salivaba sin descanso, sus ojos casi blancos
cortinados en lluvia y ambición de santidad—.


Un rayo atronador iluminó la cima sacra,
paralizándonos de miedo a bestias y soldados.
Los bueyes rehusaron avanzar. Urbano ardió su fusta en uno de ellos,
que cayó reventado, sostenido en vilo por el yugo.
El carro cedió su vertical hacia ese lado y partió el eje.
Urbano, enloquecido, maldijo los infiernos y el demonio
—al cual en aquel momento asemejaba—,
y se cebó con el resto de las bestias, que gemían como hienas rodeadas.



Pero faltaba el protagonismo legendario de Pelayo.
Entre vociferantes amenazas y ultimatos, desenvainó la espada
y saltó ágilmente sobre el arca, cortando la brida de piel que la amarraba.
Cayó la santa caja sobre el barro del camino
y su tapa saltó como resorte,
quedando abierta, desnuda, trasparente.
Vacía como un alma.



Vacía estaba, en efecto, como un alma,
llenándose de lluvia y de silencio y de miradas,
llenando de dudas nuestro ánimo empapado
y nuestra fe llenándola de garras, preguntándonos,
en medio del caos y la intemperie, ateridos por el frío y por los rayos,
si toda realidad es un engaño,
si toda divinidad un espejismo.



Urbano paseó su mirada demencial por el desastre.
Parecía incapaz de asimilar las consecuencias, o dudaba
entre matarse a sí mismo o a Pelayo,
o a todos, o todo al mismo tiempo. Y pareció decidirse en lo primero.
Se despojó de su cinto y se arrancó la sudada sobrevesta, de fino lino blanco,
depositándolos ambos en el arca.
Miró a su alrededor, y me arrancó mi cáliz de madera con la cincha,
depositándolos ambos en el arca.
Una daga herrumbrosa de otro hombre,
unos trozos de pan duro de Castilla que guardábamos,
una piedra roja distinguida en el camino… Así fue rellenando
el arca con objetos. Llegó el turno a Pelayo.
Encarándole, arrancó la cruz de oro que colgaba de su pecho.


— Urbano… — Pelayo parecía avergonzado en su protesta.
— ¡ES NECESARIO CREER! — gritó el obispo en la cara del infante.
Besó la cruz, emocionado, hundiéndola en el arca
al mismo tiempo que cesaba la tormenta y las nubes se alejaban.



A órdenes de Urbano, limpiamos el arca llena y la sellamos con sus bridas.
Brillaron sus brocados con el sol recién salido, se había hecho ligera
al punto que dos hombres podían sostenerla.
Libertamos a los bueyes, que corrieron ágilmente monte abajo,
incluso aquel que diéramos por muerto.


En menos de tres horas, coronamos el Monsacro con el arca,
imbuidos de una rara aleación de desatino y esperanza.


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