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jueves, mayo 26, 2016

La visita







Entro. Viertes tus ojos azules como lagos
aturdidos, ajenos a todo reconocimiento y empatía.
Inmóvil, proyectas al entorno hospitalario
tu cuello de tortuga inextinguible, eres
sólo ojos y cuello y boca
abierta, como válvula industrial abandonada en la maleza.
Veo un drenaje de blanca oscuridad clavado en tu centro, tu gruta nasal es irrigada.
Un silbido técnico de trenes de la noche te oxigena.
Brilla en ti aquella antigua luz, nunca se apaga.

¿De dónde viene?
Tus órbitas descienden a mis manos distraídas,
húmedas se alzan, me interrogan;
labios como lamas arenosas, parecen devanar algún recuerdo
casa de verano en primavera,
cielo laminado en cirrostratos,
viento fresco gaviando la bandera—
que del mismo tiritar se desvanece.

Me inclino a susurrarte. Percibes mi palabra desde lejos;
escruta el gotero la enfermera, sonríe, dice algo;
entornas tu Parkinson mecánico
desde un silencio oscuro que no alcanzo; si pudiera
detener por un momento la huida de todo hacia la nada
y hablarte y escucharnos como entonces, cuando eras
enérgico y profundo, duradero, y tu risa devoraba las ideas.

Hablarnos y escucharte como antaño, cuando éramos
animales de vida y no fantasmas
asomados al abismo, tan humanos, ahora.

martes, mayo 03, 2016

Instante joven




En aquel instante joven el aire de la calle prendía nuestras risas
al bullicio que manaba del primer bar de la noche;
¡qué ojos pertinaces al deseo, qué fragua de sueños humeantes!
lejanos todavía nuestros cuerpos del áspero exterminio de los años.

¿No recuerdas dolernos de fruición ante un espejo,
la flor labial amarillenta, huyendo a su placer en la madrugada?
¿No recuerdas la carencia animal de perspectiva,
la ignorancia tenaz que nos salvaba y nos perdía?

En aquel instante joven, la delusoria mugre de lo serio aún no había
cubierto con su grasa las ideas, podíamos mentir tranquilamente
con esa lúcida inocencia que acaba desmintiéndose a sí misma,
molida de vergüenza ante lo cierto, presagios, condiciones….

¿No recuerdas fumar furtivamente, la casa de madera sobre el árbol
detrás del cañaveral, junto a la acequia
canalizando la brisa saturada de luz en la mañana
y no tener memoria libre ni criterio de amor para guardarlo?
¿No recuerdas deambular indistinguibles la vida y la inconsciencia?

Al punto de inconsciencia —dilo tú— que no hubo, en realidad,
instante joven, sino ahora,
en forma de nostalgia de lo incierto.

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