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domingo, noviembre 16, 2008

Parranda del Ángel Caído.


La noche hace piruetas de alambique
de calles desabridas. Fuego amigo
retuerce el corazón; no estoy contigo
ni hay rima resabida que me aplique.

La fiesta terminó, mis sucias alas
se enganchan en esquinas de abandonos.
La luz de amor que inunda tus iconos
se apaga. ¡Tú la apagas! Odias. Callas.

Los súcubos se apartan a mi paso.
Satán ha rechazado mi alma en venta.
Mi sueño soñará otro infierno al raso.

Te ruego, considera, ten en cuenta,
mi falta no parece tan deicida:
renunciar a lo eterno de la vida.

Terminal


Tu cuerpo te abandona, apenas hilos
de vida entre tus huesos. La energía
que antaño te afamaba y distinguía
se desagüa lo mismo que los kilos.

Constante hasta el final en tus estilos,
rebates al doctor su teoría,
te aferras a esperanza y mano mía
como a clavo que arde en cinco filos.

Y lloras, te enrabietas, caes rendido
sobre el lecho, tu mano temblorosa
como un niño que sabe que no es fuerte.

Y salgo, me enrabieto, no hay sentido
para esta puta vida que te endosa
las flores congeladas de la muerte.

Sid


Con pocos años, lívido de sueños,
hambriento de sabor de amor muy puro,
las calles recogían los pequeños
pedazos de su pose de hombre duro.

Con negros aguijones en la frente
y un visible secreto que escondía,
orlaba su expresión febril y ausente
en alas de heroína y rebeldía.

Dieciocho descensos sin sentido
deseando un coma irreversible.
Diecinueve alboradas aterido
huyendo de adultez inconcebible.

Sumando de tropiezos se hizo icono,
restando de la muerte, de su encono.

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