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lunes, diciembre 20, 2021

Los restos de la fiesta

Margot Robbie, como Sharon Tate. Érase una vez en Hollywood






En aquella terraza anochecida sobre el lago
contemplamos los restos de la fiesta. Oíamos de lejos
rumores de verano, risas breves,
tacones alejarse entre calima,
la música en sordina de la feria.

Neones de la orilla sur brillaban sobre el agua
titilando el vértigo escotado de tu espalda.
Dos lágrimas de alcohol
recorrieron con prudencia tus mejillas.
Confiaste tu cansancio esbelto a la baranda.

Si pudiera no pensarlo… —susurraste—
Tan sólo no pensar, vivir tranquila…
Las copas de champán callaban sucias,
merengue desleído, caviar seco,
una bosta de vómito agrio entre los juncos.
Es igual… —apuraste tu gin-tonic a suspiros.

Tres chicos desnudos poblaron el balneario,
blancos de piel de luna, vibrantes de vida y juego,
se zambulleron en la película de luz
reverberando un mínimo oleaje en noche quieta.
Los hombres lo pasáis mejor… — sonreíste al fin: eras
la más guapa de la fiesta.

domingo, noviembre 07, 2021

Palabras como muertes


 






Desnudó con lentitud su oscuro canto;
trazó en las baldosas de lluvia un mapa imaginario;
y mendigó humanidad al transeúnte,
consideración para su amarga teoría de la Historia.


Así era nuestro reino —susurros de tiza humedecida, dedos fríos—:
montañas, ríos, valles, ciudades permeables, rey distante…
Así los carcinomas que siempre padecimos:
orgullo, envidia, odio, soledad, cierta mentira
— palabras como muertes
que halaba con ojos muy abiertos, muy cercanos. Era un loco.


Las gentes de bien pasábamos fingiendo de reojo
—tacto de ropa interior caliente y limpio—,
secretamente alegres, satisfechos
de ver abismo ajeno desplegarse antes del té.


Así pasó el otoño. A veces por la noche,
debajo del arco de mármol del ensanche,
seguía emborronando la lluvia con locura
perfectamente cuerda, razonada, consistente.


Vino el frío y el loco ya no estaba. Orgullo, envidia, odio, soledad, cierta mentira
quedaron con nosotros como muertes.
Y nadie dijo nada.

domingo, septiembre 05, 2021

Ataraxiapatheia







Complácete en la nada.
Tu cuerpo regresa de un disturbio cada tarde,
un albañal de jerarquía y subsistencia. Ves los brotes
blancos de los cerezos de la plaza, y una brisa
anega en vacío dulce tu aspereza.

Complácete en ser nadie en la belleza.
Manifestantes hacinan las aceras, diagonales
de fuego juvenil. Arenga el líder
para que ames tu propio odio en sus monsergas.
La luz del sol agonizante parte en dos
el aire atiborrado de la urbe. Tras los bloques,
los vencejos atraviesan cielos de oro.

No pienses y no existas; mejor nada.
Primer día del juicio: todos mienten. Es
un desfile catatónico de máscaras. La ujier
desliza un documento en el estrado.
Sus manos son desnudas, solitarias,
acarician el espacio minuciosas.

¿Ataraxia o apatheia? En tu sueño
los mosaicos del ágora brillaban mediodías. Mercaderes
daban crédito a noticias terminales: los bárbaros
habían incendiado las fronteras.
Permaneciste tranquilo moralmente, tus pasos te llevaron
al puerto, las naves faenaban a lo lejos,
el océano seguía amaneciendo.

domingo, junio 27, 2021

Huérfano, vagabundo, guerrero

 

El paso del arroyo la Chorranca






Extramuros del juicio, a cada paso

estrenabas calcinado derrotero.

Como huérfano abdicado, huías de principios y linajes.

Allá en irisación ardía la ciudad.

 

Abrazaste después, lejos de ella, la heráclita fe de las riberas.

Absorto como meteoro vagabundo, hollaste puentes

que unían las ideas de cambio eterno y de reflejo.

El rumor inagotable del río disipaba

la furia entre tus párpados. Los juncos

se arqueaban al fragor de la crecida. Comprendiste.

 

Al fondo de la senda, bajo el árbol,

brillantes de soledad, inevitables,

respiraban las armas sosegadas,

anunciando el ciclo agrio del guerrero.

Y aceptaste.


jueves, febrero 04, 2021

Después de tanto todo para nada (con Felipe Fuentes)

 



I Felipe Fuentes García
 

Entrégate al albor derramado en tu sombra
como quien, en ofrenda, se abraza a la espesura
para arder en el ápice de su pavesa pura;
como quien de su noche una luz desescombra.
 
Abandónate al cénit donde el alma se asombra
de desnudar el cuerpo de su palabra oscura:
la voz que se sublima ardiendo en la angostura
donde calla el olvido y la esperanza nombra.
 
Para que cuando un dios te libere de dueños
y esquirlas del sendero por donde el hombre anduvo,
adviertas el engaño de alojarte en los sueños.
 
Y si el páramo insiste en fingir alboradas,
valores realmente lo que al fin te sostuvo:
unos dóndes y cuándos, unos qués y unas nadas.
 
 
 

II Pablo Ibáñez
 

Tu vértigo en la luz, tu querencia a la sombra
son trazas de animal alerto en la espesura;
sediento de una vida, anclado a infancia pura
como arrasa una gota, o el aire desescombra.
 
Ya el día se desnuda, la claridad asombra,
y tú lamentas yerto un dios de noche oscura;
no hay calma ni razón que filtre la angostura
rocosa de tu alma. ¿Qué puede? ¿Quién la nombra?
 
Después de tanto orgullo, de tanto huir de dueños,
de dar fuego a las sendas donde el amor anduvo,
tanto teñir de odio el brillo de los sueños,
 
todo amanece negro, tiniebla de alboradas:
tu altiva ancianidad, la fe que te sostuvo,
los dones malgastados, los años hechos nadas.

jueves, enero 14, 2021

La llamada (con Felipe Fuentes García)


Hay enclaves, generalmente de la infancia, que resumen la raíz de las vivencias que quedan recogidas en nuestra memoria. Cuando desde lejos retornamos a ellos se produce en nosotros la llamada de la tierra, lo que nos atrae de la patria chica...


I    

Felipe Fuentes García

Todavía un reducto acaso
un reino al que volver se enciende 
en la memoria cuando asciende
su voz de enclave hasta mi paso.

Un latir que avizora, al raso,
el tiempo ido donde prende 
el corazón, que se suspende
de un renacer tras el ocaso.

Traen plegarias de heno y oro
aquellos dones compartidos,
salmos en cúspides de calma.

Como eco de azahar sonoro
aún sus frutos renacidos
ungen hoy la niñez del alma.



II 

Pablo Ibáñez

¿No llama siempre el mar acaso?
Sí, a esa playa donde prende
el salmo húmedo que asciende
al temblor viejo de mi paso.

¿No brilla oro en su aire raso?
Sí: la luz recuerda, enciende
un ardor niño que suspende
el lento viaje hacia el ocaso.

Reposa intacto mi tesoro
en arenales preteridos,
en olas que murmuran calma.

Libera su cincel sonoro
los manantiales renacidos
del agua de la vida: el alma.

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