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sábado, marzo 23, 2019

Gloria y grava

Susanna Hoffs. The Bangles, 1986




Iba por casa lamiendo grietas y desnuda,
temblando su demencia de sombra y de silencio.
Atardecida la ciudad en el balcón, ella salía
a bañar en luz menguante sus ojos esquimales.


Pero el día del orgullo hubo tormenta. Vio
plataformas y plumas empapadas, gloria y grava,
silbatos rezumantes y tambores y truenos implacables,
paraguas arcoíris cubriendo las aceras,
bigotes y músculos de cuero humedecido, tantos sueños
bailando libremente bajo lluvia redentora,
cuerpos y más cuerpos besándose vibrantes
debajo de los pórticos antiguos.


En el balcón, desnuda en senectud, unos minutos,
hasta que Selma la tomó tiernamente por un brazo
y la condujo —mamita, ya está fresco…— al interior.

miércoles, febrero 20, 2019

Destino MAD







Los viajes de negocio te confunden
—el zoco de Estambul, el lago rosa, el café de la oficina en Ipanema…—.
Despiertas, exteriormente a la vida,
con la sien en la ventana de un avión
y ves en la distancia una ciudad de gris desperdigado.



El cielo, reservón, no otorga pistas; el susurro
robótico del inglés de la azafata
resulta como el zumo de naranja: indetectable.
Problemas de jet lag o sueños rotos,
la cuestión es que no sabes dónde vas.



La tarjeta de embarque salvadora,
asoma entre la red del revistero.
Destino MAD.
Problemas de corazón, de memoria, o de cordura,
la cuestión es que no queda
completamente claro
adónde vas.

sábado, febrero 16, 2019

Ascenso a poética

Rapunzel, fuera de la torre




Has saltado finalmente la baranda.
Delante de ti, se yergue la torre incógnita, fragante.
Descrees del principio de pureza
y prefieres afectar que todo es farsa:
ladeas ―¿hacia quién?― la sonrisa del niño, pero sabes,
de alguna forma intensa, que quieres ascenderla.



Un mundo vertical, un sabor en la boca a enredadera,
se interponen entre el barro y los murmullos
que brotan, dorados, de lo alto
y percibes débilmente, como en sueños.
Intuyes, Romeo desastrado, la piedra lijosa tras el musgo,
los asideros del rosal aun desflorado, bajo púas,
unas uvas dulcísimas y claras que solean la enramada.



Comienza la ascensión, y en medio del esfuerzo has comprendido
que no tienes edad ni aliento para abismos,
que sangran los oídos y las manos,
que abajo espera otro,
más joven y más limpio. Y más dotado.



Y arriba espera ella, vacía de regazo, imaginando
un tallo enhiesto y duro, capaz de penetrarla.

lunes, enero 28, 2019

Alivian las pérdidas











Pecado original, el patriarcado… —decías seria,
serena y orgullosa de tu lógica,
posando tu sociología maquinal en otros viandantes,
como un profeta cósmico, creando su evidencia.


Juntos ascendimos la Gran Vía, yo callaba
y asentía gravemente tus palabras, las que fueran,
suspenso en tu mirada reflectante, que seguía
aleatoria los colores de la calle,
las guirnaldas y christmas que rozaban
la brisa polifónica, el fin aglomerado de la tarde.


Lo nuestro no funciona…— dijiste seria
las últimas sentencias pétreamente,
como esas estatuas de metal que pueblan los tejados
a la espera de un mundo que no llega,
varadas en su sed de perfección,
en la seca rigidez de sus cinturas.


Ya libre de palabras, volví a mí delante de Cibeles.
Llamaban a la vida las banderas.

domingo, enero 06, 2019

Especulación moral sobre el Arca Santa y el Santo Sudario

El Arca Santa y el Santo Sudario, en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo




Entonces llegó también Simón Pedro tras él, entró al sepulcro, y vio las envolturas de lino puestas allí, y el sudario que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con las envolturas de lino, sino enrollado en un lugar aparte.
Juan 20:6

Según la tradición, en los primeros años del cristianismo, se veneraron en Jerusalén una serie de reliquias de Jesús y de Sta. María, entre ellas el Santo Sudario, que los apóstoles habrían guardado en un arca de cedro. Ante la invasión de los Persas, mandados por Cosroes II, en el 614, se hizo necesario ponerlas a salvo. El presbítero Filipo fue el encargado de llevar a Alejandría el arca de las reliquias. El empuje de los persas en África dio lugar a nuevos traslados, y, a través de ellos, terminó llegando a España.
San Isidoro, obispo de Sevilla, consiguió llevar el Arca consigo cuando fue nombrado obispo de Toledo en la primera mitad del siglo VIII; en este momento, se hizo una nueva caja (de roble) que sustituyó a la antigua. Empujada ahora por la invasión musulmana, el Arca fue ocultada durante 80 años en Asturias, en la cueva de Santo Toribio, en el Monsacro. Finalmente, entre el año 812 y 842 fue trasladada hasta Oviedo por Alfonso II El Casto, lugar en el que se custodia desde entonces.

El Santo Sudario de Oviedo
G. MERAS MORENO; J.D. VILLALAIN BLANCO; J. A. SÁNCHEZ; J.M. RODRÍGUEZ ALMENAR

en año 715, Urbano, arzobispo de Toledo, «se retiró a las Asturias y llevó consigo las sagradas reliquias en compañía del infante don Pelayo para que no fueran profanadas».
Manuscrito del Archivo de la Casa de los Tusinos,
según el Diario de León del 23/04/2015







Barro, sudor y lluvia, ascenso al Monte Sacro.
Portábamos un arca de reliquias, pesada como el mundo, pareciera
el peso del Eterno en su grandeza
preñando los objetos que guardaba,
más el peso de la propia humanidad, carente y plañidera.


Urbano fustigaba sin piedad los pobres bueyes,
su yugo no era fácil;
el carro crujía bajo el arca, cabeceaba entre el barro del camino y la tormenta,
arqueándose su eje por la carga, creciente en gravedad
a medida que la cima se acercaba.


Comandaba la escolta el príncipe Pelayo
—vanidad sobre impaciencia sobre orgullo—,
haciéndose notar todo el trayecto —Toledo, Astorga, Oviedo…—,
peleándose con moros y cristianos, cuestionando la sapiencia del obispo
y el ajuar de Cristiandad que trasportábamos, el cual
insistía Pelayo en abrir y revelar sus elementos,
y confiarnos a cada quien uno de ellos,
así la misión cumpliera más ágil y discreta.


Urbano le tildaba a grandes voces de heresiarca,
afirmando que si el Arca Santa fuese abierta
pereceríamos todos al instante,
sumidos en la luz abrasadora del Amor
—fustigaba y salivaba sin descanso, sus ojos casi blancos
cortinados en lluvia y ambición de santidad—.


Un rayo atronador iluminó la cima sacra,
paralizándonos de miedo a bestias y soldados.
Los bueyes rehusaron avanzar. Urbano ardió su fusta en uno de ellos,
que cayó reventado, sostenido en vilo por el yugo.
El carro cedió su vertical hacia ese lado y partió el eje.
Urbano, enloquecido, maldijo los infiernos y el demonio
—al cual en aquel momento asemejaba—,
y se cebó con el resto de las bestias, que gemían como hienas rodeadas.



Pero faltaba el protagonismo legendario de Pelayo.
Entre vociferantes amenazas y ultimatos, desenvainó la espada
y saltó ágilmente sobre el arca, cortando la brida de piel que la amarraba.
Cayó la santa caja sobre el barro del camino
y su tapa saltó como resorte,
quedando abierta, desnuda, trasparente.
Vacía como un alma.



Vacía estaba, en efecto, como un alma,
llenándose de lluvia y de silencio y de miradas,
llenando de dudas nuestro ánimo empapado
y nuestra fe llenándola de garras, preguntándonos,
en medio del caos y la intemperie, ateridos por el frío y por los rayos,
si toda realidad es un engaño,
si toda divinidad un espejismo.



Urbano paseó su mirada demencial por el desastre.
Parecía incapaz de asimilar las consecuencias, o dudaba
entre matarse a sí mismo o a Pelayo,
o a todos, o todo al mismo tiempo. Y pareció decidirse en lo primero.
Se despojó de su cinto y se arrancó la sudada sobrevesta, de fino lino blanco,
depositándolos ambos en el arca.
Miró a su alrededor, y me arrancó mi cáliz de madera con la cincha,
depositándolos ambos en el arca.
Una daga herrumbrosa de otro hombre,
unos trozos de pan duro de Castilla que guardábamos,
una piedra roja distinguida en el camino… Así fue rellenando
el arca con objetos. Llegó el turno a Pelayo.
Encarándole, arrancó la cruz de oro que colgaba de su pecho.


— Urbano… — Pelayo parecía avergonzado en su protesta.
— ¡ES NECESARIO CREER! — gritó el obispo en la cara del infante.
Besó la cruz, emocionado, hundiéndola en el arca
al mismo tiempo que cesaba la tormenta y las nubes se alejaban.



A órdenes de Urbano, limpiamos el arca llena y la sellamos con sus bridas.
Brillaron sus brocados con el sol recién salido, se había hecho ligera
al punto que dos hombres podían sostenerla.
Libertamos a los bueyes, que corrieron ágilmente monte abajo,
incluso aquel que diéramos por muerto.


En menos de tres horas, coronamos el Monsacro con el arca,
imbuidos de una rara aleación de desatino y esperanza.


miércoles, diciembre 05, 2018

Bimba


(noche de hotel en Madrid)








al abrasado borde de tu cuerpo
Jose A. Valente



Amarte a ti misma lentamente.
Hambrienta y sana y joven, y vacía,
en el alto meridiano de la noche.
Exenta de gravedad y guarecida
por la atmósfera tórrida del centro.
Absolutamente desnuda para el dildo.
Tus labios entreabiertos en un rictus
gimiente de silencio, ahogado en la caricia
lubricada de la lengua en el suspiro.
—Sirenas lejanas, neones externos, titilando,
aguzan el furtivismo de tu aliento—.
Ya viene el sol, Bimba.
Ya deja que la luz cambiante escalofríe
tu vida fundida, derramándose
desde el borde abrasado de tu cuerpo.

miércoles, agosto 08, 2018

La mirada del extranjero no cambia la ciudad

la ciudad, la noche nueva


https://drive.google.com/open?id=1enobs1WyBhrcgRFklgnrmLG3K6uxARfp



La misma ciudad que bien conoces
se muestra hoy extraña y diferente.

Las plazas, abrasadas de silencio por la tarde,
el brillo primitivo de las fuentes,
las tibias arcadas y cafés, los árboles de sombra —su desgana—,
el pálido frescor de las heladerías,
el híbrido rumor en las terrazas,
respiran, todos ellos, otro aire.

No cambia la ciudad, solo tus ojos
mudan de visión, de circunstancia.

                                                            Tú
adoptas la mirada y el andar del extranjero:
remiso en el saludo, holgado el paso,
vacío el sentimiento de cadenas,
como un viajante circense o de comercio
que capturase lo nuevo, la luz de lo distinto.

¿Pero, qué razón, intuyes, hay en ello?
En esta migración de perspectiva, en este exilio interno.
                                                                                                    Tú
has sido todo el tiempo un extranjero, salvo ahora,
cuando miras la ciudad, la noche nueva,
vaciando el sentimiento de cadenas.

jueves, junio 21, 2018

Viene a visitarme algunas noches

Sade. Love Deluxe, 1992

Viene a visitarme algunas noches
un niño de silencio, lento y serio, ataviado
de formas primitivas: labio, lemas
inscritos en un coágulo de sueño.
 
Su atmósfera desciende sobre mí como fermento,
oblicuamente, como talud abisal o perfusiones
que alumbran letras crípticas:
la nave seguirá, la estrella brilla— así, como Bob Dylan
presentaba su portfolio de consignas.
 
Viento que remueve mar, blando murmullo— al niño noche
le gusta confluir hacia los límites. No soy yo.
No es mi hijo, ni mi padre. Pero muestra
harina quieta y blanca entre sus manos blancas,
escarcha laminar entre sus párpados de avena
y una leve sonrisa de hospital, antes de irse.
 
Viene a visitarme algunas noches
un niño de metal —vendrá otra luz,
verás la extensa playa.

sábado, mayo 12, 2018

Autoinmune

Sigue dando días




Mi cuerpo me ama y me protege
auto-agrediéndose
en los círculos carmesíes de la inflamación;
me ama en las falanges de sarmiento retorcido,
en las uñas como lápidas verduzcas del otoño, me protege.

Sombra sólida de una luz no divisible,
la avara carne abre letargos en sus límites,
alertándome de idiomas que no entiende.
Mi cuerpo se desborda de mí para avisarme.

Ah, pero permanecen grises las razones;
los agentes externos subestiman, desconocen
la párvula bestia, sus acúmulos de grasa de memoria,
la privada entereza de sus ráfagas rectoras,
su piel callando hormigas,
sus cartílagos bruñidos de paciencia
que aman, todos ellos, sin medida,
la ley de conservación del recipiente.

Sigue dando días, cuerpo mío.
Sigue amándome, autoinmune,
con tu amor contradictorio y coherente.

domingo, abril 29, 2018

Mundo de niño, la marisma

subieron y bajaron







Era mundo de niño para ti, una marisma
entera para ti, brillante y húmeda, sin vedas,
abundante de aire naval y de salitre,
gobernada por la seriedad de las mareas.


Era mundo de sobra para ti. La extensa playa
atesoraba cristales arromados, como pétalos al tacto,
conchas como párpados de mármol, atesoraba
la tarde infinita de verano, cuando abriste
—dentro, enorme para ti, acantilado y ola—
lo que no podrás cerrar mientras respires.


Un día duro y joven te mudaste.
Oscuro y desairado, pretendías otros mundos:
ciudades como abismos, repúblicas azules,
insurrecciones amadas, un vivero de sueños relamidos
en el secarral de las ideologías, pretendiste
mujeres que ondularan dócilmente tu bandera.


La marisma fluyó, como animal, todo aquel tiempo,
ajena a tu mirada bella en odio; las mareas
subieron y bajaron laboriosas, puntuales,
mientras tú profesabas lejos las mentiras —bellas en el odio—,
regido por otras gravedades menos cósmicas,
estéril en la prisa.


Y ahora no hay marisma para viejo.
Regresas —es muy tarde— al sendero de juncos soleados por la brisa
y el agua es menos limpia y más pequeña.

jueves, abril 05, 2018

La ventaja del que olvida

Helena Christensen. Wicked Game, 1989




La ventaja del que habla es el silencio del que calla
transigiendo el rumor de sus palabras
desplegándose vacías y doradas. El sentido
se dirime solitario, con el tiempo
deshuesado de miradas y alegatos. Porque es cierto:
la ventaja del que calla reside en la mirada al que le habla
—extensa o negligente, voraz o comprensiva, no tangible—:
establece un cauce limitado a la expresión, o la desboca.
Aquellos que hablan ensalzan la ventaja del que calla, y viceversa.


La ventaja del que duda es la malicia
taladrando ilusiones, espejismos, deidades perezosas;
el amor a la razón confina el miedo —no lo extingue—
al recinto del debate interminable, o a las bromas.
Se necesita algo de fe para ser polvo y, por lo tanto,
la ventaja del que cree es el consuelo del deseo
de creer. Su amor de voluntad lo puede todo. Las palabras
deciden la verdad del que las cree, no los hechos.
No existe anhelo inverso en este caso, pero a veces
los que dudan desactivan los apóstoles errantes
fingiendo añorar la ventaja del que cree.


La ventaja del que miente es el brillo que barniza la mentira.
Los poros insaciables de la farsa rezuman seducción, son muy creíbles,
ofrecen una dulce coartada moral a cualquier acto.
La verdad resulta insípida y modesta, laboriosa, sin embargo,
la ventaja del que dice la verdad es la rocosa belleza del detalle
intrascendente —sonaba esa canción… llovía fuera…nos reímos…— no falsable.
Aquellos que dicen la verdad secretamente aspiran
a la ventaja del que miente, y viceversa.


La ventaja del que intenta es la terapia del error
previo al acierto. Triunfar es postergar la recompensa.
El absurdo complot del indolente le desuela, pero hay riesgo:
melancolía de revisar la misma mierda muchas veces.
La ventaja del que pasa es que no yerra, su coraza displicente
parcela una mansión libre de crítica y esfuerzo.
Experto al corto plazo, es hábil inculpando y exculpándose; no obstante,
las gotas de tiempo erosionan glacialmente su relato victimista.
Los que intentan nunca cambian, ni cambian los que pasan
—nunca nadie cambia—:
se completan, contrapesan, son simbióticos; por tanto
envidian la ventaja del contrario cuando cargan su balanza.


La ventaja del que finge es la atalaya de la máscara.
Teatro en el teatro, el fingidor siempre calcula en demasía
porque tiene que fingir ante sí mismo, sobre todo. En sus antípodas,
la ventaja del que ama es el ahorro
del tiempo de pensar, no hay teoría
que pueda competir con el siseo de los labios de los ángeles.
El fingidor envidia con sonrisas indulgentes la ventaja
del que ama: la ventaja del que nunca envidia nada.


Recuerda todo esto, memoria, cuerpo, vida
y concédete la ventaja del que olvida.

martes, enero 30, 2018

El juego inevitable




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    podrías morir esta mañana.

Te separas del sueño como siempre,
sedientas las entrañas como siempre; con tierna eficacia tus sistemas
generan podredumbre entre belleza; mientras tanto,


en una curva necesaria
el rocío helado charola el pavimento,
o en una esquina breve
un perno fatigado por el viento declina un voladizo
de filo casual para tu nuca, que avanza orgullosa y apurada;
o tal vez en ese vomitorio ferroviario
respire una bomba henchida de creencias, y acabes
siendo tripa de portada, manubrio de presión de las conciencias.


Pero también puedes vivir
si antes desplegara providencia persona o maquinaria
        y todo se evitara
-glosarías con otros viadores tu baraka;
coqueta y disfrutona tasarías las hechuras del agente
acariciando detalles temerarios que aguzasen la fruición de seguir viva.


Ahora bien,
¿de algo serviría que todo se evitara
sin la clave segura de un día inevitable?
¿Qué gozo supondría, qué ventaja?
¿Qué brillo aportarían ya más días si los días
sobrasen por eternos y su magia
-su luz incandescente, su latencia
de niño sorprendido, la promesa
de juego informulable, su ventura-
quedase desleída en abundancia?


De poco serviría
o bien de nada
si el juego inevitable se evitara.

viernes, agosto 18, 2017

Del barrio viejo y el barrio nuevo



https://drive.google.com/file/d/1-0MI6teFPoNMzyW0__HreVuyNrwxdeMz/view?usp=sharing


Cae la noche:
toneladas de carne reposando en altos bloques;
en el límite exterior de la nube afarolada, en este barrio nuevo,
soñar se nos revela industria inútil
y no tenemos otra.

Nos vamos avecinando entre tabiques: los llantos o las risas, las mudanzas,
los ácidos reproches y gemidos, las micciones,
el suspiro marítimo del agua en su cascada de cerámica,
la gota de tiempo pertinaz que ducha el alba,
traspasan todos ellos la quietud en un dócil estrépito  
—imposible no creer que nadie escucha, es cuestión de inercia y de cordura—.

Atraviesa los solares de grilleras polvorientas
el murmullo blancuzco del asfalto, su trasiego, y nos contiene
despiertos, boca arriba, pensando quién y a dónde
trajina con su cuerpo en esta hora, qué razones
le obligan a cansarse por el mundo, o si su noche
será una noche más, como la nuestra, igual a cualquier otra.

Despiertos en su aroma, a nuestro lado,
estrenando la cama de espaldas a nosotros,
los cónyuges de barrio
tumbados en su propio pensamiento,
absortos en la oscura calima de la estepa urbanizada,
escuchan en silencio el mismo aire, parcelándolo
—ellos con el paso de su tiempo, nosotros con lo externo…—

Así son, ahora y antes, nuestras vidas:
espejos de las vidas de los otros,
iguales a las vidas que sabía el barrio viejo.

domingo, julio 02, 2017

Todo está en ti



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Los versos que ahora lees no son versos,
solo una sucesión de caracteres
inédita, un zulo de entenderes
que intenta adjetivar mis universos.

Tú darás la cadencia y los diversos
matices de rumor de amaneceres;
tú serás quien evoque en los ayeres
una noche, un jardín, orgasmos tersos...

Todo está en ti, la música y la historia,
el nombre amado, brillo en que se engarza
la belleza semántica aleatoria.

Yo solo soy el verbo, la comparsa,
el dedo interruptor de la memoria,
la máscara mudable de la farsa.

martes, marzo 28, 2017

Especulación moral sobre el rey Favila, muerto a manos de un oso

Froiluba despidiendo a Favila. Monasterio de San Pedro de Villanueva, Cangas de Onís.




…no hizo nada digno de la Historia…
Crónica Sebastianense

…sin quitarse el saco de malla que traía con el pavés en la mano y la espada en la cinta, quiso ir a montería. Su mujer la reina Froiluba, dándole el corazón saltos con temor de algún mal suceso, porfiaba con el rey que se desarmase, que venía cansado de pelear y que dejase por aquel día la caza. Tirábale del faldón de la ropa pidiéndole con lágrimas y palabras de amor que se apease. El rey porfiaba en ir y tomando un azor en la mano se despidió de la reina; y ella con mucho sentimiento le abrazó y besó, quedando muy lastimada por los secretos anuncios que le daba el alma.
El rey subió por un monte que está cerca de la vega, que se llama sobremonte al lugar de Helgueras, metióse en un vallecillo que hace ese monte y yendo sólo se topó con un oso; osada y atrevidamente, soltando el pájaro que llevaba echó mano de su espada y embrazó el pavés, cerró con el oso dándole una estocada por los pechos o hijadas, mas no bastó en quitar al oso que no se abrazase con el rey, y le hiriese hasta matarle sin tener quien le ayudase. En el lugar donde los suyos le hallaron muerto está hoy una cruz».

Fray Prudencio de Sandoval, Historia de los cinco obispos




Veíamos desaparecer al joven rey entre la niebla, huyendo del poblado,
sustentando la carga de picor y herrumbre de su padre:
las mallas y las armas, la corona, el mito inmarcesible.
En vegas solitarias, en valles mínimos e incógnitos,
donde el bosque masculla su húmeda abundancia
y la gota se desliza como mundo hacia el arroyo,
allí era feliz — un azor, dos perros, un caballo—, hombre y soberano.
Sin vasallos.

La paz y las cosechas abonan un reino de frontera en la molicie.
Los moros habían renunciado  —algunos, en voz baja, decían despreciado—  nuestras tierras;
dimitieron de la guerra —infieles hasta en eso— sin acatos ni disculpas, en soberbio silencio,
violando un tácito compromiso mutuo contra el tedio.
La muerte de Pelayo nos había sumido en un presente antiguo, sin anclajes.
(Un largo funeral de curas plañendo satisfechos, Favila confundido y encorvado,
tiritando de miradas en medio del crucero, incapaz de entretenernos.)

Crecieron entre nosotros las disputas por límites y celos,
con un doble objetivo: la lucha contra el tedio
y calibrar el confín de la paciencia del rey nuevo,
a todas luces blando e indeciso, el vástago enfermizo de Pelayo.
Crecieron los rumores sobre su fe y su caridad. Pacato y reservado,
era ajeno al estilo ampuloso y detallista — tan grato al oído del obispo — de su padre al confesar.
Crecieron los rumores sobre su hombría y su coraje, se mostraba
renuente al rito del abrazo, la prueba de los nobles,
el sello fehaciente del mesías que guiara la obsesión de nuestro pueblo:
reconquistar lo que nunca poseímos.

Cansado de la pompa, atenazado en la balanza del rey muerto,
se encerró en conversaciones con bosques y animales, en la caza.
A menudo perdonaba la vida de las bestias: jabalinas criando, urogallos,
corzos jóvenes, lobeznos; acariciaba los salmones con cariño y los libraba;
respetaba los huevos de los nidos, conformándose —¿qué rey?— con un puñado de castañas.

Froiluba le esperaba trasparente entre la nieve,
consumiéndose de vida contrahecha,
deshilando juventud con una rueca,
rezando por su amor y por su reino, entumecida de piedra en la capilla,
paralizada entre rumores y el deseo abrasado de plasmarlos.

Había que hacer algo.

Quedaba un minúsculo poblado morisco en la frontera.
Los nobles y el obispo urdimos la feliz escaramuza
donde el rey diera medida sangrienta de sus brazos;
sería una tranquila cacería, una fácil limpieza de alimañas
sin alma ni decencia. Al alba partimos a caballo,
con las armas, la cruz y el estandarte, henchidos de fe cristiana y de nobleza.

Llegamos al lugar a media tarde, rezumando las ingles de dolor y lluvia sudorosa.
Diez cabañas de broza junto al río, una fogata, algunos niños
famélicos y sucios, jugando con el barro de gallinas, corriendo a refugiarse;
mujeres con criaturas de Dios entre los brazos, cubiertas con el velo,
ancianos purulentos sobre esteras, incapaces de emprender el camino de Castilla;
y cuatro o cinco hombres temblorosos, armados de palos y cuchillos,
saliendo a nuestro encuentro.
¡Por Favila y por Asturias! Cargamos contra ellos.

Favila atenazado. Favila con los ojos muy abiertos, en medio de la sangre
y de los gritos. Favila caminando como muerto entre miembros desgajados.
Favila registrando en su memoria las últimas miradas de las madres.
Favila registrando en su memoria las últimas miradas de los niños.
Favila demudado y encogido, arrastrando su espada por el suelo,
llorando de piedad, avergonzado  de lo humano
y dudando lo divino.

Cabalgamos de vuelta por la noche, en un silencio informe
y llegamos a tierra santa en la mañana. Allí nos esperaban las mujeres
ansiosas por curar nuestras heridas, Froiluba la primera,
besó a nuestro señor el dorso ensangrentado de una mano. Pero Favila no descabalgó;
mandó a por sus lebreles y su azor, impávido y distante,
sus ojos inyectados de cansancio y decisión.

Froiluba rogando y padeciendo. Froiluba arrodillándose y gimiendo,
suplicando por el reino y por el cielo.
Y nosotros callando como suelos.
Nosotros atrapados en la vida, en este extraño lapso impredecible,
en este deambular contradictorio, terrible, irrenunciable,
atados a esta raza de animales endiosados.

Y allí donde el valle se encapricha y se vuelve tenebroso,
donde el río ensordece los recuerdos con su canto
y el bosque cerrado nos muestra indiferente lo que somos,
allí esperaba el oso. El oso necesario.
Su necesario abrazo.


martes, enero 31, 2017

Otra vida, otra bahía

Madonna like a prayer, 1989


https://drive.google.com/open?id=1DhRriXkQv96AB9KVYlrwmRfn49LV86Tx





Pedías otra vida, enarcando tus cejas de cobalto,
roturando tus párpados lentos en aguante, resoplando
tu frente nervada de disgusto, acorazada,
con un sabor de odios herrumbrosos en la boca,
metiendo a Dios.


Otra vida distinta, más sencilla, dorada por la calma —una bahía
mecida en la espesura de la pesca, una cabaña
crujiendo en el ocaso, con una hamaca blanca…—;
quietas noches deambuladas entre días abarcables,
largos años de suave vivir hombre, coronados
por una suave muerte inesperada.


Eras ciego:
delante de tu ahora tenías otra vida
intacta y elegible y abierta
a todas las bahías.

miércoles, diciembre 07, 2016

Plegaria


Carrie Fisher en 1977
https://drive.google.com/file/d/1OPYk8SdSyrEAaOeQ6l_1axXdShkpa7PH/view?usp=sharing






Vas explorando terreno árido, improbable,
en gemido frío y distancia, como perro
de lomo tembloroso que husmeara
vida externa nueva
donde otros perfumaron antes con su magia los túmulos del alma.


Las leyes de ese tránsito erizado son el sueño y el recuerdo.
Recias leyes: allá entre la maleza de vergüenzas, donde odias
escarbar memorias tumefactas,
un reclamo fantasmal, un volátil humor de trufa negra
lo paraliza todo, te religa con algo que no es nada.


Lo demás es tiempo dudoso y tierra fuera:
preñadas de silencio, tus carencias
hacen uñas codiciosas y entonces, afilada y rara
polilla endémica que pasa por cedazos normativos de palabras,
ve la luz, como un recién nacido,
palpitante y compleja,
                                  la plegaria.

sábado, noviembre 12, 2016

Sueño despertar

Daysleeper


Sueño: labios, baranda, noche imaginaria. Despertar
sobre lomas en calma de otra noche —¿verdadera?—
y no saber por un instante si eres carne
o imagen proyectada. Párpados despliegan a lo negro
pupilas primitivas que apremian un ámbito exterior sin decidirlo. Rige
una ley fronteriza en la conciencia.

La breve moratoria en retomar vida baldía no es nostalgia,
porque nunca sucedió lo que soñaste. Es
un abrazar lento a la pereza de ti mismo,
un trabajo delicado de extinguir la fantasía
y volver serenamente al entendimiento blanco de las cosas.

Desciende por fin tu identidad por las lamas de luz de la persiana;
se pliega el tiempo a un orden en el brillo digital de la mesita
—la hora del suspiro y del gemido entre las sombras—:
calle X, cuidad Z, mundo D, especie H…

Y ofrece el paladar por dos veces a la lengua
un ligero sabor a caja de madera.

sábado, octubre 22, 2016

Rodrigo


Paracuellos, de Carlos Giménez


Pienso en ti, y pienso en los mecanismos del  fracaso. Muchacho
delicado te recuerdo
librando una estéril reyerta de colegio.

¿Qué es perder? Cuando el lacre vital manaba escandaloso de tu ceja
tu pírrico rival ya calculaba abrumado su galerna:
un cura de flema tenebrosa, exilio a casa,
un padre impune y monstruoso —de tal palo tal astilla—.

Eras nuevo y eras frágil, y fuiste digno como un niño.
Aquel capo de recreo y su distinguido corrillo de cobardes
esperábamos sumisión al silencio establecido, que evitaras
complicarte la vida después de un sarcasmo fornicante
sobre tu madre —pobres madres—;
que mirases huidizo hacia otra parte, como adulto…

Pero tú volvías y volvías a por puños,
cojonero, replicante; a sabiendas de la herida
física —incluso, si fuera necesaria, de la muerte—,
a sabiendas de la debilidad de todo caudillaje ante el valiente.

Tu instinto era lúcido y entero, pero solo con tiempo pude verlo.

Estoy cansado.  A veces pienso que es tarde para todo:
desertar de aquel corrillo infame, ponerme de tu lado... Debería,
aquella vez en el trabajo que aquel jefe…
o aquella otra vez que… y nunca hice nada, dije nada.

Hoy recuerdo, Rodrigo, pienso en ti
y pienso en los mecanismos del  fracaso.

jueves, octubre 06, 2016

El niño que recitaba



https://drive.google.com/file/d/1wq1ucBeYGJHYQdWvWn8nDp6euewxuekU/view?usp=sharing

Recitado por Juan Ibáñez


Cayéndose del guindo, feo y marcado,
la presa de los reyes del recreo
decía, en dulce paz de ninguneo,
palabras a compás bien resguardado.

A un orden inmortal abandonado
gustoso paladeaba aquel fraseo:
pirata luna y arpa, olmo y deseo,
el fiel moro Abenamar y el tractado.

Vibraba entre las pausas un ardor,
estrófico temblor,
un destino de santo o de corsario.

Pero el río del niño da en la mar
haciendo niñería el recitar.
La prosa le hizo adulto, un ser falsario.

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