lames las gárgolas obscenas |
Gimes en la penumbra bajo el pórtico y extiendes
tu mano como ausencia gris, a la limosna.
Tu cuerpo desnutrido y viejo tiembla, oscila
en el aroma final de las misas, cuando arrullan
—incienso, sudor, perfume, cera…—
los últimos responsos en las bóvedas.
Mercader de caridad. Fuera del templo
ostentas en tu pecho iconos degradados de vírgenes y santos.
Humillas sonriendo tu boina desahuciada
al paso señorial de los clientes
—las carreras alegres de los niños,
la mudez somnolienta en los ancianos—
detenido en gesto fácil y magnánimo:
tendrás moneda nueva
brillando al sol y al aire primaveral, sobre tu mano.
Mercader de soledad, la plaza se vacía y cae la tarde
y vuelves a dolerte entre periódicos y sacos.
Y bebes, y murmuras blasfemias agriamente,
y conspiras furtivo contra el mundo,
y lames en la piedra
las gárgolas obscenas de las jambas.
tu mano como ausencia gris, a la limosna.
Tu cuerpo desnutrido y viejo tiembla, oscila
en el aroma final de las misas, cuando arrullan
—incienso, sudor, perfume, cera…—
los últimos responsos en las bóvedas.
Mercader de caridad. Fuera del templo
ostentas en tu pecho iconos degradados de vírgenes y santos.
Humillas sonriendo tu boina desahuciada
al paso señorial de los clientes
—las carreras alegres de los niños,
la mudez somnolienta en los ancianos—
detenido en gesto fácil y magnánimo:
tendrás moneda nueva
brillando al sol y al aire primaveral, sobre tu mano.
Mercader de soledad, la plaza se vacía y cae la tarde
y vuelves a dolerte entre periódicos y sacos.
Y bebes, y murmuras blasfemias agriamente,
y conspiras furtivo contra el mundo,
y lames en la piedra
las gárgolas obscenas de las jambas.
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