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miércoles, diciembre 05, 2018

Bimba


(noche de hotel en Madrid)








al abrasado borde de tu cuerpo
Jose A. Valente



Amarte a ti misma lentamente.
Hambrienta y sana y joven, y vacía,
en el alto meridiano de la noche.
Exenta de gravedad y guarecida
por la atmósfera tórrida del centro.
Absolutamente desnuda para el dildo.
Tus labios entreabiertos en un rictus
gimiente de silencio, ahogado en la caricia
lubricada de la lengua en el suspiro.
—Sirenas lejanas, neones externos, titilando,
aguzan el furtivismo de tu aliento—.
Ya viene el sol, Bimba.
Ya deja que la luz cambiante escalofríe
tu vida fundida, derramándose
desde el borde abrasado de tu cuerpo.

miércoles, agosto 08, 2018

La mirada del extranjero no cambia la ciudad

la ciudad, la noche nueva


https://drive.google.com/open?id=1enobs1WyBhrcgRFklgnrmLG3K6uxARfp



La misma ciudad que bien conoces
se muestra hoy extraña y diferente.

Las plazas, abrasadas de silencio por la tarde,
el brillo primitivo de las fuentes,
las tibias arcadas y cafés, los árboles de sombra —su desgana—,
el pálido frescor de las heladerías,
el híbrido rumor en las terrazas,
respiran, todos ellos, otro aire.

No cambia la ciudad, solo tus ojos
mudan de visión, de circunstancia.

                                                            Tú
adoptas la mirada y el andar del extranjero:
remiso en el saludo, holgado el paso,
vacío el sentimiento de cadenas,
como un viajante circense o de comercio
que capturase lo nuevo, la luz de lo distinto.

¿Pero, qué razón, intuyes, hay en ello?
En esta migración de perspectiva, en este exilio interno.
                                                                                                    Tú
has sido todo el tiempo un extranjero, salvo ahora,
cuando miras la ciudad, la noche nueva,
vaciando el sentimiento de cadenas.

jueves, junio 21, 2018

Viene a visitarme algunas noches

Sade. Love Deluxe, 1992

Viene a visitarme algunas noches
un niño de silencio, lento y serio, ataviado
de formas primitivas: labio, lemas
inscritos en un coágulo de sueño.
 
Su atmósfera desciende sobre mí como fermento,
oblicuamente, como talud abisal o perfusiones
que alumbran letras crípticas:
la nave seguirá, la estrella brilla— así, como Bob Dylan
presentaba su portfolio de consignas.
 
Viento que remueve mar, blando murmullo— al niño noche
le gusta confluir hacia los límites. No soy yo.
No es mi hijo, ni mi padre. Pero muestra
harina quieta y blanca entre sus manos blancas,
escarcha laminar entre sus párpados de avena
y una leve sonrisa de hospital, antes de irse.
 
Viene a visitarme algunas noches
un niño de metal —vendrá otra luz,
verás la extensa playa.

sábado, mayo 12, 2018

Autoinmune

Sigue dando días




Mi cuerpo me ama y me protege
auto-agrediéndose
en los círculos carmesíes de la inflamación;
me ama en las falanges de sarmiento retorcido,
en las uñas como lápidas verduzcas del otoño, me protege.

Sombra sólida de una luz no divisible,
la avara carne abre letargos en sus límites,
alertándome de idiomas que no entiende.
Mi cuerpo se desborda de mí para avisarme.

Ah, pero permanecen grises las razones;
los agentes externos subestiman, desconocen
la párvula bestia, sus acúmulos de grasa de memoria,
la privada entereza de sus ráfagas rectoras,
su piel callando hormigas,
sus cartílagos bruñidos de paciencia
que aman, todos ellos, sin medida,
la ley de conservación del recipiente.

Sigue dando días, cuerpo mío.
Sigue amándome, autoinmune,
con tu amor contradictorio y coherente.

domingo, abril 29, 2018

Mundo de niño, la marisma

subieron y bajaron







Era mundo de niño para ti, una marisma
entera para ti, brillante y húmeda, sin vedas,
abundante de aire naval y de salitre,
gobernada por la seriedad de las mareas.


Era mundo de sobra para ti. La extensa playa
atesoraba cristales arromados, como pétalos al tacto,
conchas como párpados de mármol, atesoraba
la tarde infinita de verano, cuando abriste
—dentro, enorme para ti, acantilado y ola—
lo que no podrás cerrar mientras respires.


Un día duro y joven te mudaste.
Oscuro y desairado, pretendías otros mundos:
ciudades como abismos, repúblicas azules,
insurrecciones amadas, un vivero de sueños relamidos
en el secarral de las ideologías, pretendiste
mujeres que ondularan dócilmente tu bandera.


La marisma fluyó, como animal, todo aquel tiempo,
ajena a tu mirada bella en odio; las mareas
subieron y bajaron laboriosas, puntuales,
mientras tú profesabas lejos las mentiras —bellas en el odio—,
regido por otras gravedades menos cósmicas,
estéril en la prisa.


Y ahora no hay marisma para viejo.
Regresas —es muy tarde— al sendero de juncos soleados por la brisa
y el agua es menos limpia y más pequeña.

jueves, abril 05, 2018

La ventaja del que olvida

Helena Christensen. Wicked Game, 1989




La ventaja del que habla es el silencio del que calla
transigiendo el rumor de sus palabras
desplegándose vacías y doradas. El sentido
se dirime solitario, con el tiempo
deshuesado de miradas y alegatos. Porque es cierto:
la ventaja del que calla reside en la mirada al que le habla
—extensa o negligente, voraz o comprensiva, no tangible—:
establece un cauce limitado a la expresión, o la desboca.
Aquellos que hablan ensalzan la ventaja del que calla, y viceversa.


La ventaja del que duda es la malicia
taladrando ilusiones, espejismos, deidades perezosas;
el amor a la razón confina el miedo —no lo extingue—
al recinto del debate interminable, o a las bromas.
Se necesita algo de fe para ser polvo y, por lo tanto,
la ventaja del que cree es el consuelo del deseo
de creer. Su amor de voluntad lo puede todo. Las palabras
deciden la verdad del que las cree, no los hechos.
No existe anhelo inverso en este caso, pero a veces
los que dudan desactivan los apóstoles errantes
fingiendo añorar la ventaja del que cree.


La ventaja del que miente es el brillo que barniza la mentira.
Los poros insaciables de la farsa rezuman seducción, son muy creíbles,
ofrecen una dulce coartada moral a cualquier acto.
La verdad resulta insípida y modesta, laboriosa, sin embargo,
la ventaja del que dice la verdad es la rocosa belleza del detalle
intrascendente —sonaba esa canción… llovía fuera…nos reímos…— no falsable.
Aquellos que dicen la verdad secretamente aspiran
a la ventaja del que miente, y viceversa.


La ventaja del que intenta es la terapia del error
previo al acierto. Triunfar es postergar la recompensa.
El absurdo complot del indolente le desuela, pero hay riesgo:
melancolía de revisar la misma mierda muchas veces.
La ventaja del que pasa es que no yerra, su coraza displicente
parcela una mansión libre de crítica y esfuerzo.
Experto al corto plazo, es hábil inculpando y exculpándose; no obstante,
las gotas de tiempo erosionan glacialmente su relato victimista.
Los que intentan nunca cambian, ni cambian los que pasan
—nunca nadie cambia—:
se completan, contrapesan, son simbióticos; por tanto
envidian la ventaja del contrario cuando cargan su balanza.


La ventaja del que finge es la atalaya de la máscara.
Teatro en el teatro, el fingidor siempre calcula en demasía
porque tiene que fingir ante sí mismo, sobre todo. En sus antípodas,
la ventaja del que ama es el ahorro
del tiempo de pensar, no hay teoría
que pueda competir con el siseo de los labios de los ángeles.
El fingidor envidia con sonrisas indulgentes la ventaja
del que ama: la ventaja del que nunca envidia nada.


Recuerda todo esto, memoria, cuerpo, vida
y concédete la ventaja del que olvida.

martes, enero 30, 2018

El juego inevitable




https://drive.google.com/file/d/1MZnPc-U7FrMdyR0J36mQ5ABOuMmSNabj/view?usp=sharing





    podrías morir esta mañana.

Te separas del sueño como siempre,
sedientas las entrañas como siempre; con tierna eficacia tus sistemas
generan podredumbre entre belleza; mientras tanto,


en una curva necesaria
el rocío helado charola el pavimento,
o en una esquina breve
un perno fatigado por el viento declina un voladizo
de filo casual para tu nuca, que avanza orgullosa y apurada;
o tal vez en ese vomitorio ferroviario
respire una bomba henchida de creencias, y acabes
siendo tripa de portada, manubrio de presión de las conciencias.


Pero también puedes vivir
si antes desplegara providencia persona o maquinaria
        y todo se evitara
-glosarías con otros viadores tu baraka;
coqueta y disfrutona tasarías las hechuras del agente
acariciando detalles temerarios que aguzasen la fruición de seguir viva.


Ahora bien,
¿de algo serviría que todo se evitara
sin la clave segura de un día inevitable?
¿Qué gozo supondría, qué ventaja?
¿Qué brillo aportarían ya más días si los días
sobrasen por eternos y su magia
-su luz incandescente, su latencia
de niño sorprendido, la promesa
de juego informulable, su ventura-
quedase desleída en abundancia?


De poco serviría
o bien de nada
si el juego inevitable se evitara.

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