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lunes, junio 05, 2023

Llovaina

Llovaina







Pinzó el cuello de pluma palpitante entre sus dedos infantiles
y la piedra nula y fresca. Vio alzarse
el filo codicioso, brillante de rocío,
en las manos violáceas del abuelo.


Fue por San Antón. El río plateaba la ribera
y llamaban al verano las campanas de la iglesia.
Mimados por la sombra del carballo,
afluían los vecinos de la fuente:
tritones, salamandras —gamuzas del diablo lubricado—;
renacuajos, zapateros —las maneras de Cristo sobre el agua—.


Un breve surtidor de rojo silencioso
fermentó el dorso blanco de su mano.
Serás un hombre; dotado con el premio que resistas;
pero mira la danza del pollo sin cabeza: la vorágine
en un cuerpo desnudo de conciencia, huyendo de sí mismo
a la oquedad hambrienta de una boca.



Fue por San Antón, aquel verano: la sangre del corral,
 la decente comida familiar, luego la siesta
—el sueño caleidoscópico del patio,
templado de rosales y geranios: un harén
de trinares y brisas perfumadas—,
y su estreno al placer adolescente,
al juego solitario de la tarde.



lunes, abril 17, 2023

Rumiación

 





Caía la gran noche sobre mí, yema viscosa, 
y la rumiación se expandía por mis venas 
como un vapor de establo, como el polvo
ciega un lago en relación con la sequía.

Una danza obsesiva de litigios y recuerdos
proyectaba ojos bovinos en las brasas
eléctricas de luz de las persianas; fuera
la ciudad rumiaba estíos impertérrita.

Inmunes a la química ansiolítica, las sábanas
ardían de piedad, luego de odio
y luego de nostalgia imaginaria. Yo era débil,
y la vida percutía extrañamente su tenaza.

En el estrépito auroral del camión de la basura,
una brisa mecía su código de lino en las cortinas
y besaba el sudor de mi pecho débilmente
y morían de sed y cansancio las palabras.

Entonces lo veía. Debajo del balcón, como un espectro,
aquel perro gris y grande, y viejo,
absorto en su calmosa inanición,
mirándome a los ojos,
rumiando su pedazo de belleza. 

martes, febrero 07, 2023

La perfección










Era la perfección.
Eugenio de Andrade. En un lugar al sur.



Cada tarde, llegaban a tu balcón murmullos nuevos de la calle:
la isla renacía hambrienta de su siesta calurosa.
Un plácido terral, saturado de jara y de bullicio,
mecía luz naranja en la cortina de lamas venecianas.


Trabajabas tranquilo aquellas ramblas que morían en el puerto,
con poca y amistosa competencia.
A veces entrabas caballero, despacioso, en un café,
y te complacías calibrando de reojo a los clientes,
o bien le dedicabas una chanza al camarero.
Otras veces, ibas entre brisa hasta el Hotel Monumentale,
y merodeabas jovenzuelo por el claustro centenario.


Una sonrisa nerviosa entre columnas,
un tímido vistazo tangencial, un bostezar
fingido y rubicundo, con mirada vergonzosa,
un dedo meñique en erección sobre una taza…
te bastaba.


Y sí, quedaba siempre cuerpo,
en las horas espesas de la noche,
para ejercer de reclamo portuario. Entre maromas
y redes perfumadas de salitre,
traficaban coches lentos, fantasmales, de faros rutilantes.
Y algún viernes, como en sueños,
una berlina negra te ofrecía sus señales luminosas.


Ibas detrás. El chófer emprendía el camino de la sierra, a Castelmonte.
Y delante de la Curva de los Búhos
se desplegaba grandiosa la bahía:
la luna sobre el mar, palideciendo,
las luces de las minas a lo lejos,
el faro de San Telmo, al otro lado,
el ferry mañanero de Nador, desembocando.


Era la perfección.

lunes, diciembre 26, 2022

Un anciano en Mondovì

 







Una tarde de luz serena en Mondovì
había un anciano solo y sonriente, aparcado en un banco de la plaza,
contemplando —absorto y plácido— los tejados y el cielo azul del Piamonte.
Tal vez recordaba días limpios, de infancia bulliciosa,
juegos de nieve niña y panetone por las calles empedradas,
o algún beso indeciso, quemado furtivamente entre los pórticos.

Pensé: yo quiero eso, fondear así en los años,
feliz y manso, fácil, sin muecas de miedo ni amargura…

Ligeramente ebrio, en esa idea, caminé a la catedral de San Donato.
Un silencio caluroso algodonaba el tañer de las campanas,
vencejos rebullían las estatuas, la pereza solemne de los muros.
Me detuve a descansar en la extensa paz del belvedere.

De vuelta, anochecido, el anciano 
permanecía extático en su banco, y en su cara
— tal vez recordaba el hambre de posguerra,
o muertes familiares en el frente partisano de los Alpes—,
una mueca de miedo, de amargura.


sábado, octubre 22, 2022

Tesoro de Narciso

Narciso. Caravaggio








          Debajo de las ruinas de niñez, en ese tiempo

aterido de sueños imposibles 
—mientras una proyección de hielo madre 
reflejaba ambivalencia en tus ojos incesantes
y elegías adicciones o el vacío—,
enterraste en secreto tu tesoro,
así la luz de vida no pudiera clarearlo.

 

Fraguar aquel reflejo en una farsa
fue trampa y salvación. La sed de otros
—cada cual con su belleza y servidumbre,
sus frágiles deseos y dones envidiables—,
arañaba tu esquiva identidad, y decidiste
tu holocausto en el altar de la soberbia:
mentir y enmarañar, después la ceremonia
de odiar y someter, y luego un nuevo ciclo…

 

El sudor de la edad pudrió la máscara
al punto del hedor infranqueable. Los ojos de los otros
inquirieron la terca verdad a través de las costuras.
Y regresaste a las ruinas ceñudo y confiado,
sabiendo que el tesoro te aguardaba
brillante y perfumado como entonces, 
deseante de tus manos como un arma.

 

Y no encontraste oro. Apenas polvo
lamido por los años: tu mortaja.
 

lunes, diciembre 20, 2021

Los restos de la fiesta

Margot Robbie, como Sharon Tate. Érase una vez en Hollywood






En aquella terraza anochecida sobre el lago
contemplamos los restos de la fiesta. Oíamos de lejos
rumores de verano, risas breves,
tacones alejarse entre calima,
la música en sordina de la feria.

Neones de la orilla sur brillaban sobre el agua
titilando el vértigo escotado de tu espalda.
Dos lágrimas de alcohol
recorrieron con prudencia tus mejillas.
Confiaste tu cansancio esbelto a la baranda.

Si pudiera no pensarlo… —susurraste—
Tan sólo no pensar, vivir tranquila…
Las copas de champán callaban sucias,
merengue desleído, caviar seco,
una bosta de vómito agrio entre los juncos.
Es igual… —apuraste tu gin-tonic a suspiros.

Tres chicos desnudos poblaron el balneario,
blancos de piel de luna, vibrantes de vida y juego,
se zambulleron en la película de luz
reverberando un mínimo oleaje en noche quieta.
Los hombres lo pasáis mejor… — sonreíste al fin: eras
la más guapa de la fiesta.

domingo, noviembre 07, 2021

Palabras como muertes


 






Desnudó con lentitud su oscuro canto;
trazó en las baldosas de lluvia un mapa imaginario;
y mendigó humanidad al transeúnte,
consideración para su amarga teoría de la Historia.


Así era nuestro reino —susurros de tiza humedecida, dedos fríos—:
montañas, ríos, valles, ciudades permeables, rey distante…
Así los carcinomas que siempre padecimos:
orgullo, envidia, odio, soledad, cierta mentira
— palabras como muertes
que halaba con ojos muy abiertos, muy cercanos. Era un loco.


Las gentes de bien pasábamos fingiendo de reojo
—tacto de ropa interior caliente y limpio—,
secretamente alegres, satisfechos
de ver abismo ajeno desplegarse antes del té.


Así pasó el otoño. A veces por la noche,
debajo del arco de mármol del ensanche,
seguía emborronando la lluvia con locura
perfectamente cuerda, razonada, consistente.


Vino el frío y el loco ya no estaba. Orgullo, envidia, odio, soledad, cierta mentira
quedaron con nosotros como muertes.
Y nadie dijo nada.

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