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martes, febrero 07, 2023

La perfección










Era la perfección.
Eugenio de Andrade. En un lugar al sur.



Cada tarde, llegaban a tu balcón murmullos nuevos de la calle:
la isla renacía hambrienta de su siesta calurosa.
Un plácido terral, saturado de jara y de bullicio,
mecía luz naranja en la cortina de lamas venecianas.


Trabajabas tranquilo aquellas ramblas que morían en el puerto,
con poca y amistosa competencia.
A veces entrabas caballero, despacioso, en un café,
y te complacías calibrando de reojo a los clientes,
o bien le dedicabas una chanza al camarero.
Otras veces, ibas entre brisa hasta el Hotel Monumentale,
y merodeabas jovenzuelo por el claustro centenario.


Una sonrisa nerviosa entre columnas,
un tímido vistazo tangencial, un bostezar
fingido y rubicundo, con mirada vergonzosa,
un dedo meñique en erección sobre una taza…
te bastaba.


Y sí, quedaba siempre cuerpo,
en las horas espesas de la noche,
para ejercer de reclamo portuario. Entre maromas
y redes perfumadas de salitre,
traficaban coches lentos, fantasmales, de faros rutilantes.
Y algún viernes, como en sueños,
una berlina negra te ofrecía sus señales luminosas.


Ibas detrás. El chófer emprendía el camino de la sierra, a Castelmonte.
Y delante de la Curva de los Búhos
se desplegaba grandiosa la bahía:
la luna sobre el mar, palideciendo,
las luces de las minas a lo lejos,
el faro de San Telmo, al otro lado,
el ferry mañanero de Nador, desembocando.


Era la perfección.

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