subieron y bajaron |
Era mundo de niño para ti, una marisma
entera para ti, brillante y húmeda, sin vedas,
abundante de aire naval y de salitre,
gobernada por la seriedad de las mareas.
Era mundo de sobra para ti. La extensa playa
atesoraba cristales arromados, como pétalos al tacto,
conchas como párpados de mármol, atesoraba
la tarde infinita de verano, cuando abriste
—dentro, enorme para ti, acantilado y ola—
lo que no podrás cerrar mientras respires.
Un día duro y joven te mudaste.
Oscuro y desairado, pretendías otros mundos:
ciudades como abismos, repúblicas azules,
insurrecciones amadas, un vivero de sueños relamidos
en el secarral de las ideologías, pretendiste
mujeres que ondularan dócilmente tu bandera.
La marisma fluyó, como animal, todo aquel tiempo,
ajena a tu mirada bella en odio; las mareas
subieron y bajaron laboriosas, puntuales,
mientras tú profesabas lejos las mentiras —bellas en el odio—,
regido por otras gravedades menos cósmicas,
estéril en la prisa.
Y ahora no hay marisma para viejo.
Regresas —es muy tarde— al sendero de juncos soleados por la brisa
y el agua es menos limpia y más pequeña.
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