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sábado, mayo 18, 2019

Esperando al amigo

Black, Wonderful life, 1987






Esperabas al amigo, con tu traje de Batman, sentado a los rumores de la fuente.
Cabezudos y gigantes danzaban en la plaza soleada;
la brisa trasportaba bullicios de la fiesta, umbral de primavera,
olor de algodón de azúcar, palomitas,
el hálito industrial del tragafuegos.


Mirabas serio tu reloj, señor oscuro, y ya tardaba mucho.
Pasaban chicas y cervezas, disfraces y máscaras, risas que se iban alejando.
La vida, tal vez —extraño joker—,
le había destinado, justo entonces, algún tropiezo impredecible.
Quizá hubiera atasco por la feria, o quizá —Dios no lo quiera—,
un siniestro incidente había demorado su existencia.


Pasaron zancudos y payasos, caballeros y damas medievales,
zombis ofuscados entre kétchup y drag queens. Pocahontas y Quevedo.
Tal vez… Un accidente... Pisó sin querer su negra capa… La máscara del héroe le cegaba…
Llamaría pronto el SAMUR… Tu número sería su último contacto.
Pasaban arlequines venecianos, brasileñas en tanga, lord Voldemort, Pikachu,
piratas tuertos y princesas, el profe de Pink Floyd y Maradona.


Pensabas: me llevarán al hospital con estas pintas,
habrá que identificar al pobre Robin, aportar explicaciones:
le esperaba, queríamos desfilar en Carnaval, hablamos por el móvil normalmente…
Los doctores escrutarán mi disfraz de arriba abajo, molestos por lo absurdo,
saturados de comas etílicos y abusos de pastillas,
suspirando impacientes por las dobles jornadas, los recortes…
Pasaron Rihanna y Lady Gaga.
Y luego el tanatorio, la familia. ¿Por fin podré cambiarme?
Qué desgracia… Toda la vida por delante…


Pasaron Thor, Superman y Hulk —la masa—,
y detrás venía Robin, corriendo y resoplando, avergonzado,
una disculpa cubriéndole la máscara.

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