Escuchad cómo el viento
me llama galopando
para llevarme lejos.
Pablo Neruda
I
Felipe Fuentes García
Nunca el viento cegaba mi pupila
más allá de un fragoso remolino,
turbio desecho, acaso, de corolas.
Hoy, golpeando sin piedad, me enfila
—a la grupa de otoño, en mi camino—
el aire en niebla hostil de rompeolas.
Siento un hosco latido que murmura
la desnudez de lo que habita al raso,
el solar transitivo del fracaso
que sueño y vida en su morir conjura.
Los lebreles que soplan se desatan
aullando a las afueras, pero ahora
oigo sus alaridos a deshora
y acucian su clamor y se arrebatan.
II
Pablo Ibáñez
Recuerdo el centro oscuro, su pupila,
el helado fragor del remolino,
la confusión de ovarios y corolas.
Recuerdo el huracán, la retahíla
de piedras revolando en el camino.
El dilema entre calma y rompeolas.
Hoy silva libertad cuando murmura
otro viento, que va llevando al raso
las dudas limitantes del fracaso,
mientras revive el alma y se conjura
con lebreles en fuga que desatan
sus ansias en el alba: es la hora
de mi ascenso a esa luz, la que atesora
las vidas que mis muertes arrebatan.
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