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jueves, mayo 26, 2016
La visita
Entro. Viertes tus ojos azules como lagos
aturdidos, ajenos a todo reconocimiento y empatía.
Inmóvil, proyectas al entorno hospitalario
tu cuello de tortuga inextinguible, eres
sólo ojos y cuello y boca
abierta, como válvula industrial abandonada en la maleza.
Veo un drenaje de blanca oscuridad clavado en tu centro, tu gruta nasal es irrigada.
Un silbido técnico de trenes de la noche te oxigena.
Brilla en ti aquella antigua luz, nunca se apaga.
¿De dónde viene?
Tus órbitas descienden a mis manos distraídas,
húmedas se alzan, me interrogan;
labios como lamas arenosas, parecen devanar algún recuerdo
—casa de verano en primavera,
cielo laminado en cirrostratos,
viento fresco gaviando la bandera—
que del mismo tiritar se desvanece.
Me inclino a susurrarte. Percibes mi palabra desde lejos;
escruta el gotero la enfermera, sonríe, dice algo;
entornas tu Parkinson mecánico
desde un silencio oscuro que no alcanzo; si pudiera
detener por un momento la huida de todo hacia la nada
y hablarte y escucharnos como entonces, cuando eras
enérgico y profundo, duradero, y tu risa devoraba las ideas.
Hablarnos y escucharte como antaño, cuando éramos
animales de vida y no fantasmas
asomados al abismo, tan humanos, ahora.
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2 comentarios:
Que bueno Pablo. Entra como dios. Besos.
Gracias amigo,
me alegro que te guste.
Un abrazo
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