en los rincones agrios de la casa |
No digas lo indecible.
Hay algo que no debe ser nombrado, es
más antiguo, más grande que nosotros, más oscuro; se acumula
en los rincones agrios de la casa, en los amarillentos retratos.
Podemos callarlo juntos —si tú quieres—, hederlo
y escrutarnos los ojos después sin decir nada.
Vinieron especialistas del Estado a gestionarlo.
Mostramos en silencio, nosotros, la familia, inofensivos. Era
complicado, dijeron, incómodos en la cercanía de lo humano,
evitando siempre cruzar nuestra mirada –el Estado—, sospechando…
Fue mejor callar.
¡Pero tú dices lo indecible, tocas lo intocable! ¿Así pretendes
sobrevivir, ser de provecho? ¿Quién va a significarse cuando caigas?
¿Quién, cuando pase de moda la verdad y tú vayas de auténtico y de puro?
Nadie. Calla y sálvate
porque a nadie le conmueve lo inaudito: las palabras
indecibles de los otros, de nosotros, que retumban
en los rincones agrios de esta casa,
en los amarillentos retratos.
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