Cruza el eucaliptal a pleno duelo
en una tarde estática en verano,
dócilmente la urna de tu mano
a las dunas, al mar curvado al cielo.
Inclínate en la arena, no haya prisa
—rodillas como pétalos se ofrezcan,
mejillas como auroras resplandezcan—
y añade mis cenizas a la brisa.
Gritará eternidad una gaviota
al ocaso encendido y el relente
hará de prologuista a la Gran Hada:
la Noche. Mas no abraces tal derrota,
abraza la caricia del potente
y amable contenido de la Nada.
2 comentarios:
A veces, uno se siente así, abrazado y abrazando a la nada. No es malo regresar de vez en cuando a uno mismo. Precioso. Saludos
¡Qué bien se lee este soneto! Me alegra encontrarte tan inspirado y reflexivo, incluso filosófico. Un abrazo.
Salud.
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