Por último dijo el Dodo: “Todo el mundo ha ganado, y todos deben recibir premio”
Lewis Carroll. Alicia en el país de las maravillas.
En momentos de calma, sin afanes
que brocen el cauce de tu juicio, después
de la congregación alrededor del rito jerárquico del mundo,
en lecho dado a sombra, silencioso, en tibia soledad propicia
al ensayo furtivo del amor —su lasitud— y a los recuerdos,
asciende hacia tu rostro una antigua vergüenza amoratada,
un residuo calcinado de tu infancia.
No rindas a ella lo que fuiste, lo que eres, mas
dite que no pudiste ser humano de otra forma
sino aquella en la que el tiempo y el espacio se inhibían
en percepciones de tangencias insaciables:
la tiza diminuta, la pizarra, el patio atardecido en la ventana,
el aura febril amarillento, cosido a la cabeza escrutadora del maestro,
clavada en una oscilación lejanísima de risas de colegio.
No digas hubiera hecho mejor
el tahúr de monasterio que tomaría luego el mando, años después,
cuando ya la sedición del crecimiento había desplegado su artificio
adaptativo, cuando el mazo ya estaba barajado y el reparto
esperaba tan solo el movimiento neutro de una mano.
No rindas, no digas, porque ahora
tú sabes la verdad; sabes que nada
escapa de la lógica del premio:
si fuera para todos, mi amigo, no sería.
1 comentario:
Te leí este poema en Alaire. Te felicito también aquí, amigo Pablo. Con un abrazo.
Salud.
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