La muerte te miraba todo el tiempo.
Tú eras su gran obra, racimo madurando,
cosecha que segar llegado el día.
Tú eras su gran obra, racimo madurando,
cosecha que segar llegado el día.
ella miraba
el agua de tus ojos posada en las columnas
de humo de los barrios sobre el valle,
tu cuello prenatal, pulsante y vivo...
en sombra de poder, ella miraba
como madre: sonrisa hasta llorar y tierno orgullo
bruñendo cada célula de tu cara con arrobo.
de repente,
en medio de su noche espaciosa de labor,
y volvía los viejos ojos blancos, como ciega,
abriendo la mandíbula de arrugas al oscuro,
cifrando cada timbre de tu voz,
el lácteo aletear de tus costillas.
ella miraba
como madre
tu bata de hospital, doblada y limpia,
la mota de polvo flotar sobre tu hombro en la ventana,
la gota detenida entre la luz, temblante y fría.
2 comentarios:
Felicidades, Pablo, por tan bello como bien construido poema. La emoción ante la muerte se palpa en tus versos con mesura. Todo tiembla ante lo inevitable.
Salud.
Julio G. Alonso
Gracias, Julio, querido amigo. Un placer y un honor tu paso.
Recibe este abrazo
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